GRASIENTO BLOOM.-
Saltas a la luz con el nombre que te dio tu jornada vigente,
desayunando vísceras arrancas el jueves del solitario andante.
Alivias el vientre imaginando fabricar un cuento de concurso;
usas el papel que brinda la obrita ganadora,
suspiras por los renglones de fama que te daría tu genio.
Monólogo incesante es el hombre que pasea su atareado cerebro;
activando la palabra interior, que alimenta los sentidos en alerta,
supera la intrascendencia del vendedor de anuncios comerciales.
Navegando en los ríos de la percepción vas anotando todo,
desde la poesía del capitán, en reorganización retrospectiva,
a la inteligibilidad del constante cálculo en la faena callejera.
No elucubra para el periódico ni las muchedumbres,
los otros ambulan ajenos a su veloz entendimiento;
conecta directamente con las islas que receptan su mensaje,
señal abierta que ancla en diferentes puertos del universo;
consciente de cada segundo respira su don precioso:
la posteridad que le asegura su apuesta nemotécnica.
Hay que flotar erótico en la bañera pública,
y perfumarse para asistir a un entierro de largo aliento,
a una boda vegetal, a la visión de un almuerzo troglodita,
al tentempié con tostadas de queso gorgonzola y vino,
y volver a deglutir la mantecosa exquisitez de las tripas.
La tarde surca en el océano sensual de Molly Bloom.
Fuegos del estertor estival incendian la playa,
el nómada desflora a la sombra púber de una doncella.
Portando una patata, el amuleto contra el hambre,
se adentra en el laberinto bohemio de Afrodita popular.
Cuando retorna al hogar ya es un flamante mañana,
atraca en el insomnio galopante de la carnalidad.
Su odisea de horas se hicieron siglos en las páginas
del Ulises moderno que por fin desembarcó en Itaca;
duerme en las prominentes caderas del olvido:
capturó la partitura que se recreará todos los días.
TIEMPO RECOBRADO
Abismado en su habitación forrada de corcho,
no recuperó las sombras del tiempo perdido,
sino creó un mundo intacto con su semilla.
Recobrar lo ido es levantar cumbres latentes,
las siete montañas originales del creador
que se funden con los corazones gemelos.
El puente que tendió lo divino hacia el artista
hace de su obra engranaje del oasis universal,
vigorosa frente al frígido instante astronómico.
Imaginar es darle sabor a la lógica inteligente;
desencadenado del helado rigor nihilista
llena su hábitat con verdores de la intuición.
De las siete cúspides brotan los vástagos
del genio moldeando en lo irrepetible,
fluyendo por la senda que jamás retrocede.
Fogonazos del pasado viajando al presente,
son aromas y texturas que inventan el futuro
del hombre que tiene el don de inventar.
Alumbrando realidades frescas, indetenible,
avanzando sobre las ruinas del inerte ayer,
exprime el soplo terreno de bienaventuranza,
su magia es la virtud de deglutir el tiempo.
VIAJE AL FONDO DE LA NOCHE
El hombre viajando
en su agujero negro,
inacabable…
proscrito de la luminosidad
de una noche oscura,
estrellada.
Nació bajo el signo de las dos
grandes guerras criminales,
y el infame genocidio mundial,
que no se dio en la antigüedad ni el renacimiento,
apenas en la reciente modernidad;
tal crueldad inteligente se abatió
en el siglo que se sirvió de las luces
no para crear el edén del Homo sapiens,
sino para el festín del exterminador.
El hombre quiso hacer el traslado
egoísta, ir de las tinieblas a la luz.
Su condición de maldito genial lo
ató a las potencias oscuras;
anduvo sonámbulo entre las paredes
de los submundos de la teratología,
impelido al sin fin de su noche.
TÚNEL VEGETAL
Desmodernización entre paredes arbóreas,
pasando de rumiar la actualidad famélica.
Quitar los sentidos del infatigable basurero
maquinista,
y hundirse en la producción de pequeñas
felicidades,
y aspirar del primitivo remanente de bosque
andino.
Privilegiado espectador de óleos
claroscuros de túnel brujo,
asciendo por la zanja musgosa que hace la
trocha chocolate.
Perder la vista en un recodo es vislumbrar el
inmediato silencio,
pararse es la explosión alada de una pava
que huye del intruso.
Presentir la danza nupcial de lepidópteros absorbidos
por el ramaje,
y dar oído al lamento del capulinero violinista que peina,
con intermitente plectro correoso,
la caja de resonancia del dosel.
Pisando fuerte el suelo de arcilla humectada
pervive el fresco aliento de la lluvia cesada,
los habitantes de la selva irradian salud
mañanera.
Árboles ventrudos derraman sus raíces a
flor de piso;
pantzas formando
artríticos y desiguales escalones
traen imágenes de oscuras tardes saponáceas:
resbalones y batir barro en pozos anegados.
El tiempo recobra el sudor del remoto montañista
cargando su tienda como un caracol a los
riscos de Albertina.
La pichona de cóndor de ayer aprestándose a
volar y a ser congelada en una instantánea,
ya batió sus alas hacia el horizonte
naranja,
ya está contenida en el sol de los venados.
Somos la huella que las aguas del mañana lavarán…
ROCINANTE GLACIAL
Desciendes del caballo de la taiga.
No has transitado por bosques de abedul,
galopas en el país de picos ermitaños,
esos que aún nevados despiden aire primaveral,
desconociendo lo que es convivir con gélido ártico.
La modernidad te dio ruedas de tracción andina,
manteniendo la mirada triste de un beodo mujic
enrostras a tu par montaraz de norte América,
al todoterreno proveniente del dragón oriental,
y te mides con el caballerote enviado de Albión.
Sueño que sueñas con un paseo rústico,
harto de lidiar con entes histéricos,
con latas de quilates,
con velocistas de atasco,
con modelos aerodinámicos ávidos de aparcamiento
refulgiendo en perfiles que emulan al guepardo,
al pacaso,
a la sirena y el hurón…
chatarra del mañana de nube invernadero.
Cuando el horizonte no es más ilusión trepadora,
y las ventanas remiten espejos de altiplano,
charcas con patos,
pampas del lobito andino y el curiquingue,
lomeríos dorados,
jardines liliputienses,
cauces de agua fósil,
vertientes abruptas del escalador filósofo,
entonces hay que desmontar y
andar sin volver la vista atrás,
hasta que Rocinante deje de ser el punto familiar de
las lejanías y soledades del paisaje eónico.
Tras caminata otoñal en los misterios del superpáramo,
arrojado en los cúmulos de lava envueltos por húmedo pajonal,
te busqué oteando desde lo alto de una cresta dragonil,
juraba que ibas a presentarte apenas te invoqué en la niebla,
pero era yo el que tenía que encontrarte apacentando en el llano,
era yo el que imaginaba tu relincho emancipador,
aunque siempre estés dispuesto a devolverme a mi cálida cueva.
[…] Y MEDIO MUNDO FELIZ
Envejecieron con sus feligreses;
de un fragante tirón, se entumecen;
la sonrisa hierática permanece
tras rapapolvos y elegante disfraz.
Oh, días de gloria astronómica,
en las instalaciones de lo fantástico;
obsequiosos con el cadáver de moda,
santificaron su orden inmediatista.
Bebiendo la pócima de los atareados
subyugaron con el marfil de su risa;
sin librarse de elocuente putrefacción,
subidos sobre la información dinámica,
brindaron cautivante distraimiento.
Maestros en el arte de la primicia,
ante un público adicto
a estremecimientos lejanos,
anhelaron destilar el soma dichoso
y rejuvenecer gratis.
Montados en su estructura útil
para los simulacros de amor,
sirvieron placebos de la perfección
que envilecen original sensibilidad.
Oh, momias mediáticas,
son nuestra adoración,
…y medio mundo feliz.
O sea, amados nuestros,
en algún lugar de su fantasía
se escondió la humilde realidad.
Con la dentadura por delante
hicieron el baratillo de la alegría
pródiga en ilusiones populares:
foco del estancamiento evolutivo
de una especie callejera que ha
resignado la disciplina de los
sentidos básicos animándose
en la bullente naturaleza del todo.
Nos vendieron su tiesura higiénica
como un sucedáneo del paraíso.
Templos de flamantes babilonias;
sobrios, nos han pasmado con su
vocación de lápidas parlantes;
siervos del dios de la novedad
que se corrompe en su calentura,
pasajera, como la señal abierta
del invisible satélite, orbitando en
corazones helados por la pasión
nihilista del que no camina sino
para rodar, moroso, en el asfalto.
Oh, momias mediáticas,
son nuestra adoración
…y medio mundo feliz.