Pequeño entre la sombra espesa de eucaliptos decorativos,
el arupo escapa de oscuro y fresco zócalo selvático,
por fuerza inclinado cayendo hacia occidente,
es tupido ramaje horizontal proa al sol de venados.
Aromas de café cunden en la morada del montañés,
viniendo a la mañana nebulosa cargada de rocío,
de flores silvestres guareciendo a insectos saltarines,
de pencos de sábila ascendiendo superpuestos,
de mariposas nectarívoras en margaritas diente de león,
de cochinillas medrando en arpegios de armónico viento,
de volanderos trinos de ruiseñores de la altitud.
Ventanas abiertas al árbol desnudo
de pálida piel exfoliada,
extendiendo sus brazos tortuosos,
de múltiples y nervudas extremidades,
a la deidad lumínica de intensos colores,
en pos del clímax vitamínico solar.
Aires de mayo echaron a tierra hojas pardas,
hojas lanceoladas inertes crujiendo en húmedo suelo,
confundidas con raíces maternas serpenteando
a flor de yerbas rastreras refugio verde de gusanos,
alimento predilecto de atigrados gorriones,
manjar de esbeltos y azabaches mirlos,
golosina de canarios y tórtolas glotonas,
anunciando en lenguaje alado la floración íntima.