Estás penetrando a una zona peligrosísima, a una abominación no vista hasta ahora en estos pagos de Abraxas inspirado… jajajojojiji, bromita nomás era porque vas rumbo al mar y sus murmullos eléctricos y las formas salobres de artríticos mangles, andas en pos de calzarte los ojos oceánicos del vate Neruda y ver más que ayer como decía el artista pintor Mora. Vienes atravesando un segmento del infiernillo paradisiaco que es el bosque seco inédito y los aromas de palo santo como referencia aromática del conjunto vegetal selvático. Amiga Tilda, escapaste por los pelos al senderito de guarda parques que se ofreció a tu sed de silenciosos y encuentros cercanos con los ojos de las tortugas y los trinos de ruiseñores del alma. Los ojos del gran angular de la bípeda erguida se han llenado de gozo con la vista del juvenil galápago, ¿macho o hembra, qué mismo será?, para la ocasión suena bonito describirlo como epiceno de faldita escotada y escamas relucientes; “qué cinturita de la niña prieta”, podría haber dicho Inti si tuviese tiempo-espacio para quitarse la camisa de fuerza de la bestia humana apurada y parlanchina y escurrirse de la ruta de los existentes ávidos de selfis. Vaya que estuvieron cerca de alcanzarte el grupo de azuayos simpáticos a la distancia; oh, distancia, cuán propicia fuiste borrando a Tilda del camino de esos endemoniados pedaleando y a un tris de rebasarte. Se desquició la gente alegre que en el desayuno fungieron de turistas moderados, será que montan en bicicleta y creen que están sufriendo a la montaña rusa del mundo Disney, o peor aún a la Máquina Infernal, lo verídico es que se transformaron a tus oídos saludables en horda invasiva, auspiciados por el comandante Gritón. Apenas lo escuchaste vociferar “¡longa loma, puerca loma, sucia loma…! ¿dónde te escondes imberbe que no te veo?”, asociaste por el acento cantarín inconfundible que era el jefe del grupo del desayuno en el hostal Copetón. Rodaban en pos de Colina Radar y el mentado Muro, el comandante Gritón ansiaba finalizar el trayecto y de ahí su reclamo existencial de “longa loma… etcétera”.
Tilda mía, actuaste por reflejo y desapareciste en el senderito providencial que asomó a mano izquierda cual ente salvador de psicoterapeutas en apuros. Adiós comandante Gritón, la prisa te carcomía desde que cronometrabas, al puro estilo Inti, tu mañana en la isla que te habías propuesto peinarla en veinte y cuatro horas, incluida pernoctación de por medio. El grupo tenía que cumplir metas importantísimas como esa de “a la una almorzamos para irnos bien comiditos en la puerca lancha”. Jeejijijuju, salud a estos espíritus australes, son de antología, ¿qué dices?, embarcarse bien comiditos en lancha rápida y arrullados por el océano profundo de la tarde, coraje no les falta.
Te encanta toparte con conatos de bifurcaciones de senderitos que al cabo resultan desviaciones a distintos hogares de tortugas gigantes, aquí tienes uno lindo Tilda, ¿lo vas a tomar? Sí, husmea donde te apetezca, eres la tirana de tu tiempo-espacio, dale a ver con qué te encuentras al tope… ¿Viste?, esto es lo que te preparaba el desvío que decidiste experimentar: un galápago de respetables dimensiones está babeando y tosiendo fuerte como queriendo expulsar algo del interior del pico que si no fuese una herramienta para cortar hojas espinadas de cactus daría terror hacer contacto ocular con el espécimen de marras, si te mordiera te volaría un par de dedos fácil, en todo caso la realidad dicta que la especie depredadora por antonomasia es la tuya mi estimada Tildita, y él lo sabe desde que su especie guardó en su memoria el peligro inminente que significa contactar con la bestia humana. Pocas historias habrán de amistad sincera y perdurable entre galápagos y cristianos, la única que conoces bien y te ha conmovido es la relación del finado Solitario George (el galápago centenario que fue obligado a abandonar su divina soledad en Isla Pinta) con el finado Fausto Llerena (guarda parques que cuidó, en cautiverio, de principio a fin a la última tortuga de Isla Pinta). Mira tú, nuestro espécimen escupió un trozo de madera o algo así, vaya que en la escases de todo, todo es alimento para estos campeones de la supervivencia, ¿te parece poco aguantar hasta medio año sin comer ni beber? No exageras, y si así fuese prefiere exagerar a quedarte corta en tu admiración por estos adorables gigantes. Y a la verdad la capacidad de la especie de aguantar meses sin agua ni comida ha hecho que esté al filo de la extinción. Imagina, Tilda mía, el chollo para piratas y otras yerbas toxicas que incluyeron en su dieta a la carne viva de galápagos raptados para ser consumidos en travesías largas alrededor de los siete mares. Recupérate panita campeón de la auténtica resiliencia, nos vemos al regreso del suave descenso a lo desconocido marino, si todavía estás medrando en los alrededores.
Conforme te sumerges en la brisa del piélago que acaricia a la isla, viene un crescendo del compás melódico de olas chocando o lamiendo la orilla rocosa que deja al descubierto caletas de ensueño de arena gruesa pintona que incluye conchas machacadas por la erosión. Soñaste con piscinas de aguas cristalinas teniendo de bañistas tostándose al sol a hieráticas iguanas marinas y a ligeras y huidizas lagartijas endémicas; estás hecha amiga Tilda, vas a pintar ese sueño y exclamar: oh, frondoso y retorcido mangle de avanzada, en tu regazo voy a tender la cama playera. Tal maravilla es lo que te aguarda al final de la vegetación leñosa y pajiza que cede a tupido verdor de orilla, tuviste un adelanto de bajamar festonada de caletas combinando grises volcánicos con piscinas turquesas cuando tu gran angular capturó pinturitas nítidas desde lo alto de Colina Radar.
Las tortugas gigantes no habitan el piso biológico que forma la barrera vegetal de hiervas rastreras que precede a la orilla rocosa, y para ti sería impenetrable si no existiese el estrecho senderito recién mantenido y desbrozado a los costados por los guarda parques, y que nos place estrenarlo con los pies, ojos, orejas y olfato. De no tenerlo a disposición de la curiosa psicoterapeuta no habría un acceso gentil al pedacito de línea costanera que se viene a ritmo de lagartos marinos. Este laberinto de verdes matas entrelazadas entre sí traen la figura de una red del Reino Fungi en exteriores, y acá es de alivio saber que brillan por su ausencia los monstruos venenosos tipo serpientes o esos terroríficos dragones monitor, de filosa dentadura carnicera, que inyectan de baba infecta de gangrena a su presa para dado el momento tragarse a mordiscos a la víctima muerta o moribunda. Aquí, amiga Tilda, nada de miedos atávicos a tus antiguos depredadores, no eres presa más que de tu intuición galopante, y es difícil andar distraída, di tú en modo paseante de vitrinas de supermercado, donde compras poco o nada pero anhelas todo lo que se ofrece etiquetado a diestra y siniestra. Percibo que no anhelas cosas provenientes de los santuarios de la tecnolatría cuando se activan los cuatro ojos que tienes para ver más que ayer. Diste en el clavo, entraste de lleno en el territorio donde anidan las iguanas marinas; ¡alerta, alerta…!, comienza el movimiento de godzillas en miniatura, van saltando al senderito colas, partes de cuerpos y cabezas dragoniles que emergen del país del Rey Iguana.
Presientes, Tilda, que algo memorable va ha suceder porque surgen espaciadamente pares de iguanas erguidas, ya atravesadas a lo ancho o ya apostadas a lo largo del senderito flanqueado por paredes vegetales. Fíjate que no vienen formando el cuadro relajado de individuos de sangre fría estirando sus miembros anteriores y posteriores al máximo para tomar las vitaminas del sol que elevan su temperatura interior corporal en aras de digerir a plenitud su dieta de algas submarinas, sino más bien están adoptando impasible y solemne pose de guardianes del territorio del Rey Iguana. No es más un presentimiento sino una realidad incontrastable: pisas una plaza sagrada destinada a rituales del mismísimo Rey Iguana. En todo caso no hay marcha atrás, todavía te brindan espacios libres de roce interespecies, y ellos hacen caso omiso al paso sigiloso de la intrusa, que es decir que aupan tu resolución de continuar. ¿Intrusa?, sí, eso eres Tilda, no es que te has incorporado al paisaje natural como si fueses parte de una especie endémica de la isla, y la consciencia de no serlo es lo que hace que te sientas una alienígena de vacaciones en este pedacito impoluto del planeta poluto. Estos soberbios especímenes guardianes auguran algo mayor que se nos aproxima porque, no te engañes, vas directo al encuentro con el ser reptiliano que ya imaginas porque te ha sido anunciado dentro de ti como una fábula, estás sobre la marcha en lo que viniste a buscar fuera de la perenne bulla y gases tóxicos de megalópolis: realizaciones intempestivas.
Se viene, se viene, esto es orgiástico Tilda. Detente y apenas respira, controla tu impulso de gritar de alegría, relájate como la buena psicoterapeuta que te dicen que eres para otros y selo para ti misma, es el momento de crear involuntariamente imágenes, texturas, olores y sonidos prístinos memorables, sin selfis perecibles en lo instantáneo intrascendente, hiciste lo justo al darle su sitio al bicho que te inyecta el metaverso de todos los días, refundirlo entre la ropa sucia hasta que sea rescatado por ¿quién?… En efecto, por Tilda, la amante de la psicoterapia como sucedáneo del paraíso en los pulmones podridos de la posmodernidad. Jojojijijaja, ¡grosera!, respeta tu profesión para eso aúllas a rabiar en las redes sociales que la profesas siendo ínclita profesional a la manera de los críticos amnésicos del celuloide tipo Boyardo, Bayardo o Boyero. Chica, da lo mismo cualquier nombre si captas la esencia de la idea. Basta de bromear contigo misma, amordaza a tu risa de bruja urbanícola, ¡silencio, Tilda mía!, acaso no sientes lo que tienes a tus pies desde este escalón privilegiado, contempla y asómbrate mucho más que Napoleón ante las pirámides egipcias cuando dijo algo así de solemne a su tropa invasora efervescente: “valientes guerreros tres mil años de civilización los observa”. Acá tenemos a millones de millones años de vigencia de los dragones ancestrales expuesta en una iguana marina fuera de lote. Entérate chiquilla, estás ante el Rey Iguana que es monocromático por derecho adquirido, no viste colores porque no los necesita para ser cautivante, vaya que es tan apolíneo como te lo imaginaste en tus sueños húmedos, dobla el tamaño de las hermosuras reptilianas resguardando su círculo íntimo. Ya te quisieras la estampa de una sola de esas beldades antediluvianas, ¿en modo bípedo humano?, favor no digas burradas… perdón por el lapsus, hemos resuelto que en este mundo cero alusiones despectivas abusando de la inocencia de los animales puros, corrección: favor no digas humanadas, ¿oíste bien?