Estoy de visitante en Quauhnáhuac, respirando a tope Ínsula Cónsul Firmin, alias Mezcalito. Un paso más e inicio la vuelta en busca del aire claroscuro, luminosa tiniebla, de Mezcalito. La visita de rigor, esa que me prometí no sé cuántas veces sin echarla al trastero del olvido, la voy a cumplir apenas ingresé a media mañana a Ínsula Cónsul Firmin. La vida en borrador a plenitud es estar aquí alerta y con los sentidos afilados, de súbito he entrado en indómito bosque, me dejo llevar inmerso en selvita tropical de sabana, voy a gusto avanzando en sendero elevado de pasamanos rústicos de caña guadua y piso de latillas marrones similares a las latillas de chonta de la palmera amazónica. Me acojo al único sendero decidido a seguirlo hasta el final, no hay desvíos ni letreros ni señalización alguna, salvo el aviso en madera blanca de la mano negra apuntando a nítidas letras rojas que dicen, A PARIAN.
Evoco la pubescencia de Tichya y echó en falta las golosinas que cargaba en los bolsillos para darles a las personas disfrazadas de monstruos clásicos para que repriman su obligación rabiosa de asustar, me refiero a Casita del Terror que arribaba con la pequeña maquinaria de distracciones ambulantes y que se asentaba promediando septiembre en el pueblo natal de valle subtropical andino, entonces era todo un reto íntimo meterse en el miedo histérico que me provocaba Casita del Terror, era acto catártico sin tener conciencia de ello y que al cabo pasó a ser lo que hoy puede hacer Tichya a conciencia: sacar de paseo a sus propios engendros mentales es terapia imprescindible. Sacar de paseo a los demonios interiores es tan esencial como el cuidado personal de Tichya, podría añadir como leyenda al letrero: A PARIAN. El recuerdo feliz de Casita del Terror es un destello anunciando lluvia que hará florecer a las ceibas gordas del bosque seco de la pubescencia androide.
Ando con la máscara de Tichya que la creación me proveyó de eclosión, voy envuelto en la piel que habito y me habita hasta la desintegración de la unidad existencial andrógina. Tengo derecho al olvido para evitar ser simple archivo del paso del tiempo e ir en pos de continuidad en los acontecimientos que alimentan la bipedación terrenal de Mente-Tichya. Este básico detalle de moverse a rostro descubierto es un detalle inmenso que me viste de exclusividad, a voluntad me excluyo del homenaje tradicional a los muertos en su día y que ya reventó por fuera de la ínsula.
Tichya a la vista de quien quiera verla en su monólogo androide. A la verdad echa de menos a los monstruitos que de uno en uno enfrentó en la pubescencia, aquí nadie la asusta ni Tichya asusta a nadie. A PARIAN, señaló la mano negra del letrero de madera blanca. Sin chistar me hundí en el magnífico silencio vegetal que impera en el sendero elevado plano y a ratos serpenteante que mandó a sudar una ínsula húmeda de sabana tropical. No percibo que voy A PARIAN porque es cuesta arriba llegar a su atracción principal al filo del barranco, El Farolito. Oh, Faro… Farolito, fuiste el antro de la perdición de Mezcalito.
He cogido ritmo de marcha y a gusto me adentro en la selvita de jilgueros generosos en su trinar y de ralos ramilletes de orquídeas rojas que han florecido al pie del sendero elevado para hacer vívido contraste con el verdor dominante. Todo hermoso y seguro por acá. Entiendo que este obsequio salvaje es a cambio de nunca llegar A PARIAN, pero tampoco es que llegue a algún lado, a lo mejor adentrarse en la ínsula consiste en dar la vuelta en ninguna parte… Dicho esto y la sudorosa frondosidad y exuberancia tropical abre un portal al bosque seco, el sendero elevado de pasamanos de guadua y piso de latillas de madera gris desembocó en un claro festonado por espaciados y vistosos arboles bajos de grandes vainas verdes brotando de tierra arcillosa rojiza. De pronto el sendero elevado de latillas de madera gris cesó, diría que Tichya aterrizó en bosque de acacias de vainas verdes y de hojas secas crujientes en tierra rojiza, bastó un escalón para descender a piso biológico distinto. El sendero elevado desapareció dando lugar al sendero en tierra seca arcillosa y color ladrillo que se hace visible gracias a que lo acotan pesadas rocas azules tantito separadas entre sí. Estas piedras de variada forma y tamaño levantándose del suelo lo necesario para en conjunto crear un sendero, dirigen al monolito que refleja e irradia colores a la distancia y que acerca al primer hito de la ínsula que Tichya anhela alcanzar.
Tichya entra al monolito perpendicular de dos caras. Entré por el lado que en principio sedujo por el atractivo de una banca sombreada y aromatizada, cortesía del árbol de mandarino en flor. Es el lado de Plaza “El Borrachón”, tal como titula con depurada letra manuscrita de azul eléctrico en fondo blanco hueso, en la cara del monolito donde a la sombra del mandarino en flor yace la banca oblonga hecha del tronco pulido de vetas rojas y negras. Belleza de tronco para hacer la siesta sin tener a la vista lo que será la razón de ser de Plaza “El Borrachón”, la pintura del otro lado. Tichya evita la tentación de parar a destiempo así sea por una pausa idílica, y da la vuelta al monolito.
Tichya piensa que el mural El Borrachón es una extensión de la personalidad de Mezcalito. El Borrachón está cayendo de cabeza a luminoso infierno. Tichya alucina con el mural que calcula tendrá cinco metros de alto por tres de ancho. Viene peripatética ante El Borrachón descendiendo a deslumbrante tiniebla con las alas plegadas como piquero de patas azules en modo pescador, siente que esta escena fundamental ha disparado sus expectativas en Ínsula Cónsul Firmin. El Borrachón, se despide de la normalidad con una mueca chisposa de allá voy porque la sobriedad es una tumba.
Fue un espaldarazo lo del mural vertical del angelote borrachón, y habrá otros acontecimientos que no serán pasto del olvido androide. Tichya enfoca a personas, seis por costado, que brotan afuera del sendero, vienen en fila india en silencio y separados dos metros entre sí, disfrazados de esqueletos andantes. Noto fulgores de cortesía y calidez en sus miradas, me despierta ser una rareza en medio de otro nivel de rarezas. La nula concurrencia de visitantes me agrada aunque sorprende, he cruzado con esas almas encarnadas sin soltar palabra pero trémula de emoción por estar respirando aires consulares firminianos. Tichya es la única visitante en regla, y siento que he entrado en confianza con la ínsula luego de que El Borrachón me dio la señal de que el condumio del tiempo está servido para el goce mío en exclusividad. Antes de hacer realidad este presente consular firminiano me había convencido que esta ínsula debía ser una simulación del Día de Muertos imperecedero protagonizado por el Cónsul Firmin, esperaba un teatro al aire libre de hologramas actuando en función de la historia de amor acaecida bajo el volcán o mejor bajo los volcanes, a ritmo de Mezcalito. Esperaba hologramas metidos en monumental celebración del Día de Difuntos, ha sido que esta ínsula pasa de activar la secuencia, acto por acto, de principio a fin de los hechos de la condición humana sublimes y miserables acaecidos entre las cumbres Popocatépetl (guerrero mítico) y el Iztaccíhuatl (princesa dormida), dado que bajo esos dos volcanes enamorados y trágicos ocurrió el fenómeno que evoca al Cónsul Firmin. Cuánto celebro que la magia consular firminiana no se haya convertido en teatro estéril de secuencias ridículas inventadas por la administración de la ínsula para matar la imaginación del visitante Tichya.