Cuando el ser humano sufría la noche a conciencia podía ser un vividor de la penumbra, la sombra y la tiniebla como fue el caso de la velación de las armas de Don Quijote, antes de lanzarse a la aventura sin parangón en los siglos pasados, presentes y venideros. Para semejante artista de noche adentro, el tiempo del caballero andante velando las armas de derribar endriagos y vestiglos, no volaba en un sueño reparador sino que transcurría lento, intenso y creativo rumbo al amanecer. Para el artista noctívago, las campanadas de medianoche eran el punto de partida generador de riqueza interior, incluyendo la belleza gélida de los astros y la infinitud de monstruos de la materia oscura. Jamás he sufrido fenómeno similar o  parecido al insomnio del artista del Antropoceno; sin embargo, ahora percibo lo que es la noche y el día como un acontecimiento, y aguardo la luz solar tanto como la oscuridad natural. Me llena de regocijo esta espera, aunque es apenas una sensación de cómo debió haber sido sufrir la vida desde el cuerpo-mente  del músico, del autor de ficciones, del pintor, del escultor, etcétera… teniendo un hilo conductor entre ellos, eran poetas y podía tratarse de un noctámbulo que recibe la luz solar para descansar  o podía tratarse de un ser diurno que anhela la noche para dormir.  Y digo esto último de manera llana y simple porque la complejidad de los creadores artistas antiguos que renacian destruyendo el cascarón uniforme de los muchos, me ha sido ajena como experiencia personal. Alucinaba leyendo novelas, aún sin la capacidad de vivirlas fuera de mi realidad digital. He dicho que aquí empecé a vislumbrar lo que es mudarse a una aventura de Don Quijote, y luego a hacer de las ficciones una realidad concreta mediante los sentidos ancestrales que han despertado al poeta Chancusig.

 

“Mandarinas para los mandarinos, pero yo no soy mandarino”, amanecí vocalizando y formando un son con este estribillo, vine a la luz figurando ser un campesino ancestral, ¿a quién visualicé?: a alguien que en este instante es indescriptible porque jamás me he visto reflejado en espejo alguno. Cuando tuve la oportunidad de preguntarle a Malinche si mi cara se reflejaba en sus ojos tal como su belleza corporal e integral se reflejaba en los mios, no es que no me atreví a hacerlo sino que fue automático pasar de ello  debido a que tampoco ella me pidió hacer una mínima descripción de su corporalidad. Lo cierto es que perdí la ocasión de que Malinche hiciera un esbozo austero de la imagen de Chancusig. ¿O será que la regia figura de Malinche es un invento mío y he concebido una Dulcinea del Toboso a medida?, si fuese así: felicitaciones señor Chancusig por su genialidad imitativa. Lo que sí sé es que la forma del campesino del Antropoceno, correspondía a los dioramas que observó el cavernícola digital de moliendas de caña de azúcar, en anónimo valle ecuatorial subtropical seco, promediando el siglo XX o el XXI, después de Cristo.  Y a esa época antiquísima me remite la jovialidad del sujeto recolector de mandarinas que tiene rostro y que se borró de mi mente en un santiamén así como apareció de la nada. Este Chancusig poeta bien podría cosechar de los árboles de mandarina silvestre que están a la vista y alegran los días cargados de dulces frutos; por supuesto, si hubiese necesidad de ello, es decir de urgencia de proveerse de alimentos sacados de la tierra fértil para nutrir al cuerpo, y no la hay. Esto no quita que el contingente celular olfativo del poeta capture, in situ,  la esencia de las cosas silvestres de comer y beber, ejemplo, descubrí que un menudo árbol decorativo olía a gloria e indagando en la historia gastronómica Homo sapiens, reventó en una planta aromática bendita entre los yerbateros: cedrón. He degustado la esencia de la mandarina, y esto basta y sobra para convertirse en maná del alma.  El perfume de las mandarinas vino también con la frase musical inspirada en la realidad circundante. Existen las mandarinas de los mandarinos, libres de la palanca del mundo onírico o los hologramas de Inteligencia Digital. En lo que concierne a la expresión en sí del estribillo del campesino del Antropoceno: “Mandarinas para los mandarinos, pero yo no soy mandarino”, muestra la complicada relación que había entre géneros y sexos y demás enredos inclusivos, exclusivos, de origen Homo sapiens, siglo XXI. ¿Qué sé yo? Si no fuese privilegiado espectador del comportamiento de ciertas especies animales a la mano en este valle de encantos endémicos como inusitados, sería del todo incomprensible dicha frase en el sentido que le da el pregonero. Se me ocurre cerrar el párrafo añadiendo otro estribillo: No soy agricultor, sí soy campesino.            

 

Allá arriba, en Racionalidad Digital, la única manera de apenas imaginar la cotidianidad del artista creador-destructor del Antropoceno, esto en el modo urbanicola del siglo XXI, era interpretar hologramas antiguos que no estaban anclados en la cotidianidad de la caverna. Era el consumidor de hologramas remitiéndose al Homo sapiens urbanícola, se colige que hace un eón semejante citadino era lo más próximo al espacio-tiempo de cueva digital. En todo caso, encarné a un cavernícola propenso a desarrollar la contemplación de los antiguos. Y mi traslado a este valle de acción terrenal hizo que el transcurso del tiempo se convierta en experiencia tangible continua, un tesoro invaluable e irrepetible. Antes el tiempo volaba sin ton ni son, existía clavado en el espacio anodino e ínfimo del ejecutivo digital, pero fui un anarquista en potencia desde que abrí los ojos a un estado amorfo que no correspondía al loco viviente en ciernes.