Los Gemelos
Parado en la autovía rápida que va de Puerto Ayora al Canal de Itabaca, empezando la recta más allá de la curva de la parroquia de Bellavista, aguardaba en ese estado de gracia que trae relajamiento antes de aplicar tensión interna y fuerza de movimiento cuando se ofrece algún taxi compartido o un autobús de línea a ayudar al sujeto del descubrimiento a que haga su mañana galapagueña. No era complicado pedir un aventón a Santa Rosa y de allí concretar en algo o mucho la idea de seguir la carretera secundaria que conduce a la comunidad Salasaca. Apenas tardó minutos en resolverse la situación, un autobús lujoso abrió su acceso anterior y subí saludando en alta voz al conductor y por inercia a los demás pasajeros que eran contados por los dedos de una mano y, para no romper el encanto, pasando de preguntar a dónde se dirigía el transporte atípico puesto que no era público sino más bien de alguna empresa especializada en servicios turísticos. En modo descubrimiento se toma sin chistar lo que viene bien de improviso, de hecho fue agradable arrellanarse en el cómodo asiento de la primera fila desocupada junto a la puerta mientras en las filas de atrás alojaban a cuatro o cinco pasajeros dispersos, incluido el guía con la insignia del Parque Nacional Galápagos. Cuando el transporte llegó al acceso a Santa Rosa y continuó raudo por la autovía principal sin detenerse no hice nada para bajarme, si con antelación no actué tampoco lo iba a hacer al apuro, a destiempo. No cabía duda que el autobús iba rumbo al Canal de Itabaca y la oportunidad de cambiar el itinerario previsto para sudar la mañana fue bienvenida sobre la marcha.
Rodando por el tramo empinado para alcanzar el punto más alto de la vía en pleno bosque nublado, solicité al chofer que me bote en Los Gemelos (agujeros colapso apostados a un lado y el otro de la autovía), cosa que el señor conductor ejecutó de buen talante y descendí muy agradecido por el impensado aventón que me colocó kilómetros arriba de la propuesta inicial de andar y ver por la vía a la comunidad Salasaca, objetivo que se quedó sin sustento, pues, estaba listo para comenzar la segunda visita al recurso turístico que es parte del trío que de cajón venden a buen precio los taxistas de Puerto Ayora a familias o pequeños grupos de visitantes de la isla, a saber: tortugas gigantes en Rancho Primicias o Rancho Chato Dos, Los Gemelos y cerrando con playita El Garrapatero. No me había propuesto volver a Los Gemelos por situarse a tiro del ruido del tráfico pesado de la única vía larga (41 kilómetros) que atraviesa Santa Cruz y conecta Puerto Ayora con el Aeropuerto Seymour ubicado en la contigua isla Baltra. No obstante, por la manera que se generó este viaje al bosque nublado donde descubrí el árbol patrimonial de Guayabillo, Psidium galpageium, regio espécimen endémico vegetal de ramaje artrítico y barbado, resultó una experiencia a tope anteponiéndose en el recuerdo a las impresiones de la primera vez cuando anduve el circuito Santa Rosa-Gemelos-Santa Rosa. A la diferencia que puso el escondido Guayabillo patrimonial, se unieron los cucuves y papamoscas que trinaron a la bienvenida y en el adiós.
Bajando a pie a Santa Rosa fue un alivio toparse con la ciclovía abandonando así el estrecho margen entre la cuneta y la raya amarilla de la ruta isleña, el espacio para el peatón se volvió ancho y seguro, hasta para detenerse e informar sin prisa al ciclista que subía que le faltaba poco para encontrarse con Los Gemelos. Entrando al parque silencioso y acogedor de Santa Rosa con la canícula del mediodía ecuatorial, recién pisaba el punto donde debía haber iniciado y concluido la caminata a la comunidad Salasaca. Mientras aguardaba el autobús de línea echado en una banca municipal sombreada supe que tenía la tarde entera para retornar a Puerto Ayora a almorzar y hacer la siesta donde Maytenus. Vendrán las horas posmeridiano para irse con la tarde a tomar la fresca en Punta Estrada, pero eso es otra hoja suelta que está refundida en la crujiente hojarasca del condumio del tiempo.