Apenas ingresando a la mansión Chancusig, quedó expuesto que nunca podría haber sido la cabaña de un náufrago. Oh, Malinche, eres la diseñadora y hacedora de los suspiros de este beneficiario de tu arquitectura para la vida lenta. El ojo cósmico como residencia en la Tierra entró en mi ser terrenal con la gracia postrera del sol de los venados. Nada de fortuito en la mansión Chancusig, se trata de que las puertas de la percepción se abrieron de repente al ser que dejó atrás la caverna, en eso consistió el edificar de Malinche. Ella moldeó el ojo cósmico con la materia disponible de nuestra época de integración molecular al servicio de Racionalidad Digital y de carambola está al servicio de la maravilla que viene de afuera: paisajes, aromas, texturas y ritmos de la naturaleza rugiente.
Esta residencia jamás podría haber sido una variante de las delicias de mi cueva en Racionalidad Digital, acá no hubiese prosperado la idea del modo holograma de encendido y apagado a discreción del usuario cavernícola, debido a que la conciencia de estar residiendo en una cueva es inconfundible y por ende la simulación de espacios lindos que ofrece el catálogo holográfico viene a ser de uso imprescindible allá pero no aquí. Allá no hay manera de escapar de la temporalidad holográfica y uno está muy conforme sabiendo que vive una ilusión versátil; allá, uno se manda a cambiar de diorama y cae en otro momento desechable, siendo la constante navegar envuelto en la alternabilidad sin pena ni gloria.
Dije que husmear en los parques y jardines de biosfera alterada de Oréate, fue el preámbulo pasivo al aterrizaje en la cruda realidad del bosque seco de lomas color ladrillo que encierra la perspectiva de valle subtropical esencial, o sea, regado por el arroyo de agua dulce que nace al pie de las murallas de granito. Lo que vino conmigo, de la existencia resuelta en la soledad absoluta de Racionalidad Digital, es la materia útil necesaria para sepultar cualquier idea de sobrevivencia biológica a lo Robinson Crusoe, todo lo que hace posible que funcione el ojo cósmico, y que por extensión hace que funcione el intrépido expedicionario Chancusig, es el pasaporte a la soledad subversiva que escogí vivir más allá de usar los productos de mi época, reconocibles por los sentidos cuando paseo en el minimalismo hogareño, cuando el piso se amolda al cuerpo en reposo y cuando la república de células es un estómago plácido degustando y digiriendo el programa de menús aleatorio dispuesto para el único comensal.
Acá, la alimentación cotidiana, deviene en agradable sorpresa nanológica de texturas, aromas y sabores camperos. Este degustar de la república de células que habito y me habitan, lo he denominado, con mayúsculas, Yantar del Campesino, en oposición al comer para el olvido del cavernícola. El buen yantar del campesino no tiene parangón con el comer inadvertido del cavernícola, al extremo que carezco de recuerdos gastronómicos de la época de encierro digital. Alimentarse, en mansión Chancusig, es una fiesta del nano-catador que descubrió el apetito del caminante desayunando temprano en la mañana, almorzando a media tarde y merendando en la noche si hubo expedición en pos del avistamiento de fauna nocturna, a propósito de esto último me fascina el puma incursionando en territorio mutuo. Evitamos, el uno al otro, estorbarnos. Me remito a aquel genio creador de ficciones estelares que, en un remoto siglo, decía de su situación frente a sus colegas: cada quien en su galaxia.
La piel bronceada, que estrené abandonando la soledad cavernaria de toda una vida, está concebida a medida del iniciado Chancusig, de lo que la llevo gastando es una piel para doblar espinas; piel repelente de todo bicho feroz venenoso o no venenoso, diminuto o gigante; piel ultra resistente a los rayos ultravioleta, etcétera. En fin, lo que se mantiene igual a la fina piel lechosa de la caverna es la condición de transpirable, autoregenerable, auto-higiénica liberando toxinas y excrecencias de los diminutos corporales. La piel cavernaria carecía de sensibilidad a los estímulos externos por obvia circunstancia del aislamiento holográfico, donde la mente sustituye los sentidos propios de un intrépido expedicionario por sensaciones digitales. Al cabo de jornadas de reconocimiento en el exterior me siento un campesino a secas, soy un campesino solo por el hecho de estar inmerso en la actividad mudable de lo salvaje. Ahora sé lo que es el tacto primordial, ejemplo, vaya delicia abrazar el agua dulce del arroyo en cada poro abierto de la piel de Chancusig.
El minimalismo de mansión Chancusig es mucho más que inteligente, corresponde a la aventura del vividor en su entorno entregado a la evolución natural de un innombrable valle subtropical seco. El minimalismo de la caverna de Racionalidad Digital corresponde al hermetismo fantástico. Aquí, al pie de la muralla de granito, brillan por su ausencia los hologramas paisajísticos y demás motivos de simulación de halago a los sentidos digitalizados. Aquí, la cruda realidad, supera a la fantasía cavernaria. Allá, en la cueva, la programación de hologramas es imprescindible para el ejecutivo superior de Racionalidad Digital. He sido autor de hologramas de caminar y de dormir para otros ejecutivos superiores, así como ellos le proporcionan a uno sus creaciones para atenuar el paso del tiempo. La caverna tiene dimensiones de forma rectangular y sin obstáculos, una suerte de cajón vacío de cuarenta metros de fondo por veinte y cinco de ancho, y en su estado holográfico preestablecido es un espacio elevado a diez metros del suelo con una proyección de techo falso de madera infatigable a la vista. El panorama por defecto, en los cuatro lados de la caverna, es idéntico: campos de amapolas silvestres en floración perdiéndose en perspectiva que varía en intensidad y nitidez visual de acuerdo a una meteorología aleatoria diurna y nocturna.
Dije que la mansión Chancusig es oval, inteligente y sensible a la psicobiología y gustos del loco viviente que la pone a funcionar, y su encanto proviene de la multitud de nano-servidores invisibles e impalpables. Está libre de columnas, hecha de compacto multicristal antirreflejo que va cambiando de matices monocromáticos hasta que toma el rojo añil crepuscular, el color de recepción y bienvenida al hogar desde la tardecita inolvidable del arribo. El espacio-tiempo acá es la duración de la persona que se beneficia de una memoria mágica a largo plazo, sumando una continuidad en experiencias a borrados día a día. Y se trata de la misma persona que en la cueva se resignaba a consumir y olvidar el instante rápido, rápido. Allá el día servía para completar, exento de recuerdos y experiencias circunstanciales, libre de acontecimientos e hitos históricos íntimos, la vuelta astronómica del planeta Tierra al Sol. La idea de estar en el nirvana digital cavernícola transcurría veloz, alienada en la intemperie de lo holográfico, salvo las salidas de engorde a la biosfera alterada que en sí fueron una acción pasiva intuitiva para generar este futuro de loco viviente.