Cuadros de Vilcabamba
Vienen festivos a la vista cuadros panorámicos de la arrugada geografía sureña, es la serranía caliente de la Provincia de Loja, es el literario sur-sur portando música de violines de La Gran Nación Pequeña. La nitidez ambiental de la Hoya del Catamayo ha dejado atrás el paisaje adusto de los gigantes andinos amigos volcánicos de Los Pichinchas, se esfumaron los picos gélidos sobresaliendo impasibles del mar de nubes. La serranía de los solitarios y distantes filósofos de la altitud norteña ha cedido a la búsqueda del tiempo perdido proustiano que en sí, para la ocasión, viene a ser el tiempo recobrado de la niñez de menudos valles subtropicales festonados por intricados oleos montañosos de tonalidades desérticas con matices color mostaza. La aeronave desciende dando la vuelta al verdor del mono cultivo de caña de azúcar de la Hoya del Catamayo, su sombra se proyecta en escarpadas lomas esculpidas por el faique, el observador de afuera divisa una ave de rapiña fenomenal cayendo en círculos sobre su presa.
Apenas aterrizando, las puertas del aeropuerto se abren al viaje entre escondidos valles y vegas que susurran nombres comunes, como a propósito reconocidos para imaginar una niñez semisalvaje en Naranjo Dulce, El Tambo, La Era, San Agustín… Figuro una constelación de corredores verdes arrullados por arroyos de piedras cantarinas rompiendo la implacable aridez montañosa rumbo al bosque seco de Cazaderos, allá donde en el primer trimestre del año florecen los arrayanes pintando de amarillo la frontera con el Perú.
Se suceden urbes que han extraviado la inocencia bucólica de antaño, solo queda el recuerdo pintoresco del que fuera el pueblito subtropical mágico de Malacatos, de San Pedro de Vilcabamba y en calidad de destino final, la aldea de Vilcabamba. Al cabo, contra pronóstico, la suerte fue propicia para hacer moderado senderismo cotidiano de ida y vuelta, gracias a la estadía de encanto en zona arbolada y fresca, a orillas del Río Chamba, teniendo a la mano el corredor verde que cubre Yamburara Bajo y la Reserva Ecológica Rumi Wilco.
Cuando creí que la única manera de hacer caminatas regenerativas que se precien de ser ventanas a la salud psicofisiológica, era saliendo en carro del centro de Vilcabamba, descubrí los senderos planos y sombreados a orillas del Chamba y los senderos escarpados y caniculares de Loma Rumi Wilco, trayendo consigo portales al condumio del tiempo de la niñez. Acá me aproximé a la armonía sinfónica de vertiente de agua dulce, en lo posible libre de la contaminación inherente a la entropía planetaria Homo sapiens.