Cocha Escondida

Caminar con rumbo fijo en los páramos de la cara sur del volcán Antisana, es tomar una senda de venados cualquiera en un terreno reconocido por la memoria visual. Cuando la luz y nitidez ambiental lo permiten surge el paisaje de horizonte de superpáramo, poesía visual del altiplano entre el Antisana y las pampas húmedas y dunas de orilla del reservorio-laguna Micacocha almacenando, para el consumo humano, agua dulce de vertiente andina oriental. Sobre la marcha, nada se repite tal como corre el líquido que alimenta la Cuenca del río Napo, allá en los albores del Amazonas.

Trasciende el espacio tiempo del sujeto de la experiencia porque está lanzado al futuro inmediato en cada paso que da con la opción de escoger entre las trochas de venados, “mira tú, allá están recolectando hiervas y flores, hagamos la vuelta por ahí en vez de ir por acá…”. Este es el carácter intempestivo de una marcha sin metas extenuantes, libre del horario rígido y kilométrico de las jornadas del senderista de media montaña a tres cuartos de montaña. Aunque es gracias a los días y noches de mutación en la altitud andina salvaje e implacable que nos es dado el goce mental y físico del presente deambular bordeando dunas y capturando imágenes de aves y mamíferos de mediodía. Es ahora cuando rumiar el pasado sacrificio en la intemperie de los Animales Andinos, se transforma en maná contemplativo. La aventura de mudarse a las pequeñas felicidades de superpáramo, tiene pagado el peaje de ingreso con antelación, esto a cuenta del montañero endemoniado que otrora encomendó a su cuerpo joven la tarea de sufrir la suerte de andinista sin amortiguadores, quitando lastre del alma percudida por sueños desarrollistas engendrando culpa y ansiedad y, la paradoja, también engendrando la angustia que de habitar en la nada da lugar a la cosecha futura de horizontes emancipadores.

En estos parajes de jardines de gencianas de flor morada asociadas al verdor de  almohadillas de altitud, se compone la melodía de arroyos de agua fósil transportando el exquisito producto del deshielo de los glaciares moribundos del volcán Antisana, es mediodía soleado y de ambiente límpido que no es poca cosa en una zona propensa a repentina y gélida cerrazón.

Este poder divagar liviano en la vida lenta de la meseta al pie del Antisana, es el fruto fresco y dulce de un senderismo sin pretensiones extenuantes. La trocha de venados elegida viene por fuera del pantano que precede al espejo de agua que, conforme lo alcanzo, va configurando la forma de Cocha Escondida, una hijuela menor de la Micacocha.

Cocha Escondida, se refleja en los ojos cuán esplendorosa puede ser cursando el mediodía, viene estratégicamente camuflada tras verdes dunas de pajonal y desde arriba la guarda la mirada petrificante de su dragón custodio, permanecerá así de mágica mientras la luz ecuatorial y el devenir atmosférico sea propicio para deglutir el  espejo de agua azulado. Ondas apenas mecidas por el viento acogen patillos volanderos, y en el pantano contiguo se exhibe la rareza alada de una pareja de ibis. “Aquí me quedo”, es el anuncio del que se mete en los cuadros y dioramas de cercanías y lejanías, teniendo como mirador el sillón inclinado hecho de matas de pajonal esponja.

Las señales de cambio de tercio atmosférico llegan ineludibles a los sentidos alertas del sujeto de la experiencia. Hay que abandonar la cocha aún bajo el influjo de postreros resplandores azules, antes de que se torne en una belleza gris. El paisaje que de repente encendió la luz de espejo acuático paradisíaco, también de repente se apagó para dar lugar al escenario duro, gélido, que en sí es propio del encanto de superpáramo. Ligera llovizna envuelta en penumbra y niebla desvanecieron los colores cremas y azabaches de las empinadas laderas y paredes rocosas de la cara sur del volcán Antisana en lontananza, cediendo a intensos verdores reverberando en la senda que sigo por lo alto de la quebrada embebido en la fuga sonora del arroyo tributario de la cuenca amazónica.

Remolineras inquietas picotean en el suelo vegetal. Voraz curiquingue se posa en el cadáver de rumiante cuadrúpedo y roe en los huesos pelados expuestos en la intemperie. El vaquero forrado de pies a cabeza de ropa impermeable que lo protege de los rigores de alta meseta andina, reúne y arrea a la manada de caballos que a galope se pierden de vista en la pampa metálica. Adiós a los venados de recios cuernos que vigilan la retirada del transeúnte al punto de partida y final de la vuelta a parajes indomables de alta serranía.

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Laguna de Secas

Avanzaba trepando por la sombra emergente de la huecada entre dos colinas de rocas superpuestas y sostenidas desde la cima a la base por su peso y gravedad, debajo de las formas ciclópeas no había suelo vegetal uniforme sino mantos finos de tierra que eran suficientes para que se apañen plantas de páramo y se den modos para crecer en tan inhóspito hábitat donde a simple vista solo medraba el legado del flujo lávico: campos de molones sueltos descendiendo del páramo de Muertepungo cual ríos grises petrificados que recorren doce kilómetros antes de desembocar chorreantes en la quebrada de pre-páramo del Isco. Este serpenteante fenómeno volcánico creó valles verdes amurallados para el jolgorio de danzante Dionisio, y nació gracias a las fisuras escupidoras de escoria volcánica del Antisanilla, como se ha dicho promediando el siglo XVIII.

La cosa empezó con un auto-engaño, me topé con estrecho senderito de montaña que trajo la ilusión de que continuaría hasta la cima de la colina que a su vez me obsequiaría el paisaje de Laguna Secas por todo lo alto, cual banquete visual de mantel largo y por ende magistral degustación de cuadros silvestres de otra época o al menos paisajes semisalvajes con pinceladas artificiales de actualidad humana. Aspiraba que se suscite distendida travesía desde Laguna Tipopugro hasta dar con el mirador natural que cubra cualquier forma de Laguna Secas, me decía que estaría contento si viese una de sus extremidades inferiores de náyade andina o si se quiere uno de sus cuernos de caracol creado por el fuego volcánico. No fue así de alegre la travesía, el senderito concluía en un remanente de bosque primario, la pintoresca arbolada se aferraba a piso abrupto, era una colorida excepción rodeada de estratos de escoria volcánica sujetos precariamente entre sí y que se levantaban empinándose a oriente, en perspectiva a la altura de los farallones del Isco. El bosquecillo atrapado entre grises cúmulos de piedra, caía al remanso escondido que en la hondonada contenía un charco divino a la vista desde arriba y, según la luz y la posición del espectador, el reflejo era ya azul marino, ya verde, ya turquesa o plomizo. Colegí que este cantarino pozo escondido, se alimentaba de agua lluvia y del líquido que se filtra de las corrientes subterráneas del superpáramo del volcán Antisana. Fue un hallazgo por que no tenía idea de que existía semejante oasis, pues en sí es el abrevadero de agua dulce de montaña para las ralas reses que deambulan en la arboleda como si su misión fuese destrozarla con sus pesuñas fuertes y excavadoras que abren surcos a discreción dentro de ella. (more…)

Muerte Pungo

Rocinante se quedó estacionado a 3.900 msnm., en el claro al costado del portón de hierro de control que estaba cerrado al igual que la caseta de información de Laguna Muertepungo. En todo caso, lo esencial  no estaba negado al bípedo senderista y, al cabo, devino en beneficio el no haber previsto que alguien tenía que subir para abrir el ingreso motorizado  a la básica carretera de montaña que administran los dueños de la Asociación Muertepungueros, que son las personas que tienen en propiedad fincas que llegan hasta Laguna Muertepungo. Esta asociación se formó con el loable propósito de que crear el espacio silvestre de amortiguamiento biológico previo a la Reserva Antisana, y su fin es recuperar y preservar la flora y fauna del páramo de Muertepungo, manejando así el acceso carrozable a la zona que cuidan de la depredación humana. La vía rústica de montaña vino seca y con oleadas de fino polvo arcilloso por los embates del viento, de haber transitado en lomos de Rocinante hubiese levantado desagradable nube polvorienta tras de sí y de haber habido caminantes o ciclistas habrían maldecido su paso, al igual que yo hubiese renegado de tener que lidiar con el polvo de autos que vayan por delante del mío. A la verdad no hubo otro carro subiendo a la laguna en todo el recorrido motorizado desde la iglesia de Santa Rosa. Fue cosa de agradecer la ausencia de tránsito vehicular e imaginé cómo sería el camino muertepunguero en trance lluvioso, con tiempo frío y mojado habría sido barrizal envuelto en la nada mimética en que se transforma el páramo, y se podría decir que encapotarse es su estado natural, la fortuna me acompañó al acertar en el pronóstico meteorológico de que iba a tener un día luminoso y generoso en reflejos que fabrican colores para solaz del viajero. Es de provecho moverse al amparo de cielos despejados que juegan con nubes volanderas que matizan haciendo figuras, así se aprecia más los distintos azules y celestes que vienen como el fondo y la luz mudable de cuadros de montaña estáticos. (more…)

La muela del Cotopaxi

El volcán Cotopaxi  no se percató o también podría ser que a consciencia pasó de contestar el fraternal saludo de Taita Chimborazo. Nada de aspavientos, fue una ligera venia como viene siendo inveterada costumbre intervolcánica, aunque sí le infirió discreto guiño al compañero de orogenia, esto a manera de cortesía avisándole que la medianoche está servida para un banquete de poesía primordial. Taita Chimborazo no se  sorprende por su heteróclito vecino, en cierto modo todo volcán que se precie de sí tiene algún grado saludable de anarquista y no diría que son malos modos del joven Cotopaxi, es cosa corriente su adolescente distracción y humor intempestivo a veces eufórico, a veces cascarrabias y no menos veces envuelto en la serenidad de perezoso andino filósofo.

“No se sabe con este muchacho vividor a tope, rayado, díscolo, a lo mejor está lidiando con la muela del juicio… ¿Qué sé yo?”, vibró para sus entrañas Taita Chimborazo, divertido y de buen talante. La noche límpida de luna llena viene a punto de golosina geológica para la modalidad del poeta que es él en noches como esta. Sus ojos privilegiados se han acomodado en el pedestal volcánico de la montaña tropical más prominente de Gaia que es y será hasta que las erupciones acaben por achatarlo y devenir en una loma cualquiera perdida entre el lomerío, mientras tanto es la mole andina dominante, superalfa, es el Taita Chimborazo que se levanta desde las entrañas del cinturón de fuego equinoccial y tiene a su haber tres miradores: dos pre-cumbres  y la cúspide que culmina la silueta proa a la cara pálida de Selene, la deidad monocromática que irradia paz y silencio en el vasto territorio visible merced a la nitidez ambiental. El coloso andino abarca con su mirada kilométrica, caleidoscópica, que cubre trescientos sesenta grados de paisajes de tierras altas en primer plano, incluidos los colosos andinos  vecinos, y vistas panorámicas de las gradientes y pisos biológicos que descienden al océano Pacífico y a la cuenca amazónica. (more…)

Cumbre del destino de Reinhold Messner

Nanga Parbat, Montaña desnuda, llamada también Diamir, Rey de las montañas, fue de hecho la cumbre del destino de Reinhold Messner antes que la Montaña del Destino Alemán, como al expedicionario Karl Maria Herrligkoffer le gustaba denominarla para ensalzar el deber que él tenía de hollar su ápice por la ruta más difícil, aunque sea de manera subliminal, a través del trabajo de escaladores con convicciones nacionales y fe en las cuerdas fijas que aseguran kilómetros de un desnivel de vértigo.

Karl Maria invitó a los hermanos Reinhold y Gunther Messner a unirse al ideal de vencer a la tenebrosa vertiente Rupal, superando los más de cuatro mil metros de pared vertical que separaba el vacío de la vulgaridad terrena con la inconmensurable altitud alumbrada por Odín. Tener una imagen del tamaño monstruoso de la vía por la vertiente Rupal, que en su mayor parte la abrieron los hermanos Messner camino a la cima del Nanga, sería como colocar cuatro veces, una sobre otra, la cara norte del Obispo ecuatoriano (la cima más expuesta y exigente de los picos que conforman el circo volcánico del Altar) que tiene alrededor de mil metros de caída perpendicular.

Los jóvenes Reinhold y Gunther –de 25 y 23 años, respectivamente–, en el verano de 1970, arribaron del Tirol del Sur para incorporarse a la expedición de Herrligkoffer, venían con la etiqueta de superdotados para la escalada libre. Ellos encarnaban el símbolo de la autosuficiencia de “la bestia rubia” en los Alpes, aún no se habían contaminado con las ascensiones piramidales clásicas, las que proponían el ritual de plantar la bandera patria en la cima como máximo objetivo, donde no contaba el liderazgo individual sino únicamente los logros del conjunto, siendo la base del éxito de estas empresas monumentales la tracción animal de porteadores que trepan el circo humano a la altitud. (more…)

Venados de Micacocha

Por fin tuve un encuentro cercano e intempestivo con los venados de Micacocha, dentro de la reserva biológica Antisana. Había observado antes al venado andino de cola blanca en la zona circundante del lago-represa, en las colinas del norte y el cerro Chuzalongo, pero sin poder aproximarme al individuo solitario o a pequeños grupos de menos una decena de especímenes.  No es posible hablar de manadas en sí de venados, acá no existen cientos o miles de individuos  pastando a la manera del Serengeti, y no únicamente en el Parque Antisana sino que en ninguna de las altiplanicies de los volcanes andinos del Ecuador se da la visión de manada salvaje. El cuadro de valles poblados de venados andinos no ha llegado a nuestros días, apenas la idea de lo que podría haber sido semejante escenario prístino, lo demás permanece congelado y refundido en el gran angular de épocas pasadas propicias para la vida a granel, multitudinaria, de grandes ungulados salvajes y sus depredadores naturales como el puma que servía al equilibrio evolutivo interespecies, siendo la relación de número óptima la de cien herbívoros por cada uno de los carnívoros acechando en el pajonal. La caza furtiva ha colocado al filo de la extinción al venado de páramo ecuatoriano (Odocoileus ustus). (more…)

Laguna Tipopugro

Entrañable encuentro íntimo con la pequeña Laguna Tipopugro, se presentó oblonga y con aletas de cetáceo antediluviano. Ahora que solo con verla me hubiese quedado como si nada de contenido tuviese esa forma acuática bella y refulgente, tenía que conectar en la realidad volcánica de su entorno para sentirla completa. Qué delicia rumiante vino a ser el banquete ofrecido por las flores, arbustos y árboles brotando del senderito sobrio, austero, que atraviesa la cañada para desembocar en una llanura inclinada y amurallada por fenómenos naturales. No es difícil deducir que aquel terreno antes de ser pastizal para el forraje de ganado vacuno fue una mancha abigarrada de bosque primario. Imaginé el bosquecillo escondido entre colinas de rocas superpuestas que se crearon merced al flujo lávico promediando la sexta década del siglo XVIII, hay que agradecer el añejamiento de la cosa pétrea que rodea el verdor contemporáneo.

De repente, el paisaje gris que rompe con el panorama de transición o amortiguamiento de pisos biológicos andinos en ascenso al nevado Antisana, cobra la vida y misterio que es intangible desde la carretera principal o de los miradores del Antisanilla o incluso bajando a las instalaciones de recreo de establecimientos hosteleros al pie de Laguna Tipopugro. (more…)

Hermano Frailejón

Reinas en angelados páramos y lagunas,
vigilas el sueño del volcán Chiles con tus legiones,
eres turgente paisaje de remota altitud.

En perenne talante de guerrero presto a cantar su fado,
resistes el embate de la tempestad y sus agoreros
meciéndote al son de furioso ventarrón gris,
amaneces enhiesto y cubierto de escarcha
que cede al fulgor de la luz ecuatorial.

Revestido de impavidez,
hermano Frailejón,
sufres la existencia sin amortiguadores,
cargas el genoma del gladiador salvaje
y el de amante generoso,
prevaleces ante gélido temporal,
te mimetizas con el rigor primigenio.

Radiante te entregas a veranillos intermitentes,
tu faz de seda despide perfumes almendrados,
donde van a refocilarse polinizadores
atraídos por las feromonas del estro.
Alados diminutos yacen en el tálamo afelpado del amor,
ellos portan la semilla de los guardianes de la serranía.

Desde la atalaya humeante del diezmado cóndor,
te nutres abismándote con el nacimiento andino.
Bajo azur mañana se yerguen los pilares del sur,
los volcanes desnudos y los nevados en desglaciación,
añudados por el entresijo que hace prieta a la Pachamama.

Testas de medusa envuelven un pozo sagrado,
al filo del barranco gozan con las cuerdas del universo,
música visual:
perfil dentado de la cordillera,
trampolín a pacífico océano de nubes.

Allá bulle la caldera repleta del maná de los trópicos,
por el cañón sube el piar de golondrinas de bosque nublado,
trepa el aroma de encendidas bromelias e invisibles orquídeas,
desparramándose en almohadones y esterillas de páramo.

Camufladas entre murmurantes colinas,
aguas de intenso celeste reflejan,
cual oasis de un desierto de pardos verdes,
flores que revientan amarillas de tu esbeltez.

Oler la pureza lobuna es caminar contigo,
hermano Frailejón;
respirar aquí arriba hecho fauno,
es beber de los humedales de Gea.

Oh, multitud de frutos dorados,
perdido en el rumbo fijo de los ojos que se duplican,
broto del cuerpo y el alma de un ser bifronte.
Somos el espectador que voltea a ver al otro andante,
el que sonríe tan cerca y tan lejos de humeante civilización,
confundido con ejército apolíneo proa al sol.
Voy arropándome con las múltiples orejas de conejo,
el otro va clavándose de cara en un remanso de suspiros,
ya está holgando con seductores efluvios de Gaia.

Mica-Cocha

Oleaje rítmico, arpegio de Eolo sosegado, trinar de jilgueros de altitud, estela de espuma blanca… Camino por la orilla solitaria embebido en los aromas míticos de la Mica-Cocha, ella acariciando el piso musgoso asociado a jardines diminutos y a ramilletes de pajonal verde-habano que danzan al son de la batuta de Eolo. Voy por el filo de tierra negra volcánica que a tramos se ha derrumbado propiciando pequeños abismos que interrumpen el seguimiento del sendero escondido, nada que no se solucione con pocos pasos extras al costado para volver a encontrarlo. Los instrumentos de viento de Eolo no copan el medio ambiente con el estruendo que en otros días y horas devinieron en fulminante tempestad. Cuando el coloso andino, el Volcán Antisana, echa chispas y se envuelve con plomizo capote, él y su zona de dominio se vuelcan a sus intimidades mimetizando el cielo y la tierra en la oscuridad reinante.

Mica-Cocha, masa de agua dulce que encanta cuando se exhibe azul, para la ocasión caminando por la orilla oriental, mientras las nubes arreboladas y volanderas permiten el paso del candente sol de altitud que la abriga y alegra con claros nítidos de cielo. Contrasta la luz y la vívida coloración herbosa con la visión de tormenta que se cierne en el lomerío al nororiente; allá, en el paso de montaña que cae a la cuenca amazónica, imagino un tiempo invernal de cellisca blanqueando los pajonales. La última caminata que hice en Mica-Cocha fue borrascosa, anduve por el filo cimero de la loma gorda, anduve ensordecido por las trompetas de Eolo, teniendo abajo la laguna cubierta por la niebla negándose a invitarme a abrir un senderito escondido entre las soledades del borde vegetal y el oleaje lamiendo las almohadillas de páramo. Esta vez sí pude bordear la orilla sin forrarme con pasamontañas y dos capas de ropa de calor antes de la chompa rompe-vientos y, cosa rara, a momentos alzando a ver a la loma gorda, lucía cual pared impracticable que apenas dejaba que cuelguen yerbas y recias plantas leñosas encendidas por flores amarillas. (more…)

El Quilindaña

El Quilindaña, pico de 4919 msnm., situado en el Nudo de Tiopullo, viene rodeado de extensos pajonales de alta meseta andina y jardines de superpáramo, suele estar escondido entre nubes tras el volcán Cotopaxi  y su apéndice el cerro Morurco. Cuando se destapa la cara norte del Ogro, la poesía visual brota de su oscura pirámide de roca vertical levantándose sobre ancho zócalo de conglomerado volcánico.

Aquí dos párrafos tomados de la novela episódica De montañas, hombres y canes, correspondientes al capítulo La voluptuosidad del Ogro, inspirado por los viajes y campamentos del sujeto de la experiencia en el Quilindaña.

Lester González, se adentró en las particularidades herbosas que hacen el entorno del lago oblongo al pie de la cara norte del Quilindaña; viene atrapado entre las antiguas morrenas que bajan formando flancos, teniendo como tope la pirámide meridional que lo resguarda del aire inflamado de oriente, haciendo que se pare junto a la fuente a despojarse del exceso de ropa de abrigo que trajo para no dejarse sorprender del frío o la lluvia helada que podría caerle cualquier rato. Llegó acá prevenido sobre este animal andino y sus imprevistos cambios de humor, lo estudió en el ciberespacio antes del encuentro. Para evitar la insolación, se quedó con el fino pasamontañas de lana de vicuña cubriendo su cabeza y enmascarando parte de su rostro; aunque antes de subirse a Rocinante se embadurnó de protector dérmico, está tomando las precauciones de rigor ante el implacable sol de altitud. “¡Aquí me quedo!”, aulló tan pronto se le llenaron los ojos con la masa de agua dulce meciéndose entre las paredes del pajonal ora amarillento, ora verdín. Cual ensueño, se vio enfundado en el traje interior rojo que hace poco adquirió con la garantía del vendedor de que el viento no le calaría los huesos. Le divierte su quijotesca estampa, la proyecta en el espejo de agua, está como si calzara paños menores de una época caballeresca, apenas levantado en el regazo de Yurac Cocha, a más de cuatro mil metros de altitud sobre el nivel del mar. La brisa no lo entumece habiendo dejado de andar, es una caricia lacustre, y, Nefertiti, convertida en ninfa acuática, flota cara al sol, muy cerca de él.

Lovochancho, más arriba, en Verde Cocha, se cree privilegiado por los favores del Ogro, que ha soltado a sus náyades en vez de enviarle a las tempestades que de corrido echa sobre los que osan traspasar su círculo de seguridad.  Diferentes viajeros de talla, románticos e ilustres geólogos, como H. Meyer, apenas pudieron contemplar de cerca el cuadro entero del Quilindaña porque es un alfa-andino-dominante, no aguanta que se lo queden mirando, hacerlo es retarlo a batirse, y de ahí su fama de energúmeno. En la pasada visita que hizo al Quilindaña, fue arreado a la cumbre, pues, no lo habría pisado sin las seguridades que le brindó Kantoborgy. Esto cuando ambos eran ciudadanos pata-al-suelo y un Rocinante todoterreno lujo inaccesible a su economía, lo que hacía de la aproximación a una montaña el pretexto para una excursión de días, como en los tiempos del caballero Whymper. ¡Oh, jornadas de andar potente, alivianados de plata, pero pudientes bajo la carga de los campamentos 1, 2, 3…! Días de devorar la exquisitez que sus escuálidos bolsillos les permitía, verbigracia: chaulafán andino, platillo único que Adelaida Matute no aceptaría “ni estando perdidamente enamorada de ti”.  Aquella ocasión tuvo ciertas horas para retratar al Ogro; no obstante, la mayor parte del tiempo, él se acogió al silencio envuelto en niebla y fue renuente a mostrar su desnudez de cuerpo entero. Pero tampoco lo castigó con su común intemperancia, se puede decir que fue tolerante con la presencia humana; aunque sin intimar como lo hace ahora, paradójicamente, cuando vino de visita ida por vuelta. Hasta aquí dobló el lomo manteniendo el ritmo que enalteció al caminante, ahora levita entre los elementos de la montaña cristalina: agua, pajonal, neviza, roca parda y gris, firmamento azul estriado. Atrás se estacionó el asco de ascender cediendo al paso moderado convencional que manda al olvido los instantes duros del montañismo, y todo es un presente prometedor. ¡Cuánto ha avanzado en su percepción sobre los cuatro mil quinientos metros de altitud! Cómo se regocija de este silencio lacustre, envuelto en la melodía de las ninfas que le abrieron el sendero a su recogimiento. Libre del ruido de engranajes artificiales, a puesto suficiente distancia con esos bólidos que le resultan aquí una fantasía, con ello la suerte de esta mañana se decantó.


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Illiniza y Tioniza

El macizo de Los Illinizas lo conforman dos montañas consortes, en lengua aborigen Illiniza significa “cerro varón” y Tioniza “cerro hembra”. Estas reliquias estratovolcánicas surgen tras el colapso de la caldera de un único volcán que luego de su proceso eruptivo se apagó hace milenios. Se sitúan en la cordillera occidental, al final del Nudo de Tiopullo, frente al volcán Cotopaxi, y por su valía ecológica se han constituido en una reserva natural junto con el parque nacional homónimo.  El  Illiniza Sur (5.248 msnm)  es el más alto y complicado de escalar, su cumbre fue hollada por vez primera  en mayo de 1980, de ello se encargaron los dos guías alpinos que trajo el expedicionario E. Whymper, los primos Carrel, entonces sus glaciales parecían eternos, hoy prácticamente se han derretido como un granizado expuesto al sol, siguiendo la suerte ineluctable de todos los nevados ecuatoriales alrededor del orbe. La Tioniza, el Illiniza Norte (5.126 msnm), tiene una cumbre más accesible de hollar, debido a su posición geográfica ha sido expuesta a una mayor erosión que su consorte andino.

Ambos picos se presentan magníficos cuando amanecen pintados por nieve volandera, y se dejan ver en todo su esplendor. En esos días de suerte, ha sido un banquete de sensaciones, un  placer de mente-cuerpo merodear en sus pajonales, breñas floridas, arenales y aristas de rocas  volcánicas  oscuras con declives de vértigo. E. Whymper se quejó que nunca pudo admirar completo el cuadro de Los Illinizas, a pesar de estar 78 días en sus vecindades.

Aún cuando se esté en medio de tempestuosas nubes y meteorología invernal garantizada para el mediodía, hay tiempo para buscar El Refugio y tomar ahí café caliente del termo acompañado de rosquillas, o algo así, de ello quedan imágenes para una futura poesía como la cuelgo aquí sacándola del archivo de la contemplación del montañero. (more…)

El Corazón

Montaña andina de 4788 msnm, ubicada en la Cordillera Occidental, en la hoya de Machachi. Su cara oriental a la distancia asoma como un pico lanceolado o esbozando la figura del corazón humano, de ahí su nombre en español. Se le atribuye otra bonita denominación aborigen Panzaleo, Guallancatzo (camisa de dormir). Cuando se trata de una elevación andina que fue incluida en las crónicas de uno de los más grandes viajeros del siglo XIX, es menester recurrir a las observaciones y pensamientos que el haber ascendido por su vertiente oriental suscitaron en el aventurero, alpinista, pensador y artista que fue Edward Whymper. No era riguroso geólogo tipo  Hans Meyer o científico a la manera de Humboldt; en todo caso, más allá de los datos y conclusiones que  aportó a la ciencia y conocimiento volcánico con sus trabajos de campo, es loable tener la narración de lo mínimo para imaginar cómo fueron los  contornos del Corazón, la fauna y flora de una época perdida en la que lo prístino predominaba en los valles interandinos y  no se diga por las estribaciones medias y superiores de los altos picos del Ecuador.  No exageraba el caballero inglés al decir que estaba alojado en un “paraíso zoológico”, sus aposentos en Machachi se habían convertido en museo de insectos y reptiles, y daba razón de la existencia de saludable población de ciervos y con ello de su depredador natural habitando las cuevas de los riscos, el puma. Hoy día, si hay suerte, se verán huellas de conejos o el planear de algún cóndor sobreviviente de los cazadores furtivos.

Whymper  permaneció en el valle de Machachi entre enero y febrero de 1880, huésped del pueblito homónimo de entonces, a cuenta del obligatorio descanso del menor de los primos alpinistas Carrel, por sufrir principios de congelación en sus píes después de la legendaria primera ascensión a la cumbre del volcán Chimborazo. Su larga estancia en Machachi se dio en tiempos que era raro ver turistas y menos todavía avezados alpinistas con pretensiones de hollar las cumbres más altas de los Andes del Ecuador. El caballero andante inglés escalo once cumbres ecuatorianas, siendo ocho primeras ascensiones.  Dos veces estuvo en el ápice del volcán Chimborazo, que él consideraba el techo del mundo. Tan convencido estaba de haber escalado la montaña más alta de la Tierra que, al final de sus días, recibió decepcionado la noticia de la altitud superior de los picos del Himalaya. Ahora sabemos (considerando distintos factores de medición científica) que sí estuvo en lo correcto, escaló la cima más alta del mundo, pues, el Chimborazo, asentado en el ombligo de Gaia, es la cumbre prominente del planeta. (more…)

Montaña Sublime

Los picos prominentes de los altos Andes del Ecuador son elevaciones solitarias que guardan distancia entre sí con nudos y valles que dan sustancia a la vecindad geográfica. Esta característica de los animales geológicos andinos ecuatorianos hace que cada cual tenga individualidad acorde a sus caras, vertientes, pisos biológicos, paisajes, accesibilidad y un etcétera que en suma forja el mito y la magia de la gélida belleza volcánica. El geólogo, el descubridor de senderos, el caminante de media montaña, el intrépido andinista, se enriquecen a su manera contemplando en las transformaciones de la materia, todo lo que lo rodea en su aventura le avisa de cómo los elementos han esculpido en el tiempo.

 

La Montaña Sublime (Capac Urcu), constituye el único anfiteatro de picos estrato-volcánicos entre los gigantes andinos del Ecuador y, visitar esta joya geológica con la meteorología de parte del caminante, es aventura completa. Al abrigo de la luz que despide el sendero despejado partiendo de la hacienda Releche, con el hado de a buenas brindando el tiempo propicio para contemplar en el valle artesiforme de Collanes, asendereé  hasta dar con el rugido sobrecogedor de las cumbres de la Montaña Sublime que embelesan. (more…)