Curiquingue

Carroñero de rumiantes caídos en el páramo,

dominas en los rigores de la zona nival,

nada se desperdicia en el jardín de origen,

eres el humus de esponjas floridas.

 

Fotogénico adusto,

no ensayas a posar,

en el verdor de suculenta deidad,

eres el curiquingue trotador.

 

Gélido  viento desciende implacable,

cierra la huida del conejo cimarrón,

cae el depredador de la altitud nebulosa,

garras letales se hunden en carne tierna,

eres el curiquingue devorador.

Lobezno

Brota del superpáramo luminoso lobezno,

solitario entre mechones de pajonal reverberando,

curtido en la meseta que fue hábitat del cóndor,

ave que vino a ser el fantasma del escudo nacional,

ave reducida a fábula infantil y cántico patrio.

 

Lobezno de horizonte henchido de lomas pardas,

yo divagando en el retorno de los venados al pie del coloso,

lobezno de llanura regada por deshielo galopante,

yo expuesto a la mirada vigilante de manada cornuda,

lobezno de glaciares moribundos tostándose al sol,

yo metido en nervudo mapa de piel esculpida por el tiempo,

lobezno de mediodía en la altitud de fuentes volcánicas,

yo transeúnte en el ritmo de vertiente y la siesta prometida,

lobezno habitante de la resistencia en gélido piso biológico,

yo sumergido en jardín liliputiense de almohadillas voluptuosas.

La edad del lobo estepario (poemario)

ÁRBOL SIAMÉS.-

 

¿Quién te pilló proyectando en la inmortalidad?

 

Árbol siamés que estiras doble sombra a occidente,

troncos dibujando el despertar fresco del montañés,

languidez de cuerpos vegetales bifurcándose,

encendiendo betas en el pasamano cobrizo.

 

La nitidez del reflejo de tu goce solar,

la frescura de tu arco melodioso,

el ser bifronte de silencios nudosos,

es el perfume matinal de cariátides.

 

Levantas vapor arbóreo,

liberas humedades nocturnas;

absorbes vitaminas del astro,

nutres a tu rio viviente.

 

Conforme el esplendor de tu magnitud se encoja,

alejándose del cenit de tu hermosura,

será devolverte a la pálida tierra como si nunca

hubieses esculpido el tiempo al son de una hamaca.

 

 

LA EDAD DEL LOBO ESTEPARIO

 

Trotando vas por el candente Toboso

en pos de una piel fresca,

imaginando la flor rosa y blanca

que del arupo toma el aventurero.

 

Buscas donde hincar tu desencanto,

ya quieren herir el fruto del erial

tus ávidos colmillos;

ya quieren hundir su fiera amargura

en muslos tiernos,

desgarrando carne dulce

de prieta campesina.

 

Jadeante en la tórrida depresión,

enloqueciendo con los aromas

de Acacia macracantha,

persigues el rastro

de la sensualidad volcánica.

 

Sediento te zambulles en virginales aromas,

abrazando ignota hermosura,

figurando entrar en sus erógenos labios.

 

Lobo estepario,

trotando vas por el bosque seco de ceibas,

aspiras diletante la sinuosa desnudez arbórea.

 

Seducido por desconcertantes fluidos

pierdes en las turgencias de Venus Tropical,

voluptuoso danzas en sus caderas,

ya no extrañas las máscaras de tu bosque gris

ni caminas angustiado por la loza del mendicante.

 

La rutilante fealdad del cemento,

tu otoño callejero,

no te azota más.

 

Entre la aromaticidad del palo santo

tienes hambre de enamorar y enamorarte,

fragancias te atrapan,

adolescente otra vez,

en los secretos de núbil muchacha.

 

 

 

TARDECITA

 

Cursando la tardecita renací para morir,

en la pradera se encienden fanerógamas,

libélula arponeando el cerebro de su amante,

lobos husmeando la huella del desahuciado alce,

águila real precipitándose en diletante roedor,

zorro persiguiendo el aroma apetente de un topo.

 

Bisontes incendiándose en la primavera de almizcle,

estro esparciendo feromonas en la edad de la procreación grupal,

intemperie a la que nos devolvemos, salvajes, como vinimos.

 

Bonancible aire peina el pastizal que se pierde conmigo,

púrpuras se mecen en la agónica vastedad del cielo,

las furias invencibles brotan de la esperanza,

ángeles del averno degüellan a las musas solares,

dragoprincesas reinan donde yace mi cascarón.

 

 

OJOS

 

Ojos que reflejan poesía: admiran,

son el maná que se cultiva extático,

antes que la enfermedad los nuble,

revientan en los verdes que deja el aguacero,

revientan en el calor corrompiendo hojas caídas

y con el mirlo dando brincos de lagarto terrible.

 

Ojos que respiran sin un objetivo específico,

fijándose en la flor en sí se reconocen en el planeta

añadiendo pizca de evolución cromática:

una polilla arcoíris es singularidad notable.

 

Ojos que no habitan en la ceguera del rebaño,

ojos que no fríen demonios en la sartén del bulímico,

ojos que no tragan asfalto,

ojos que no son pasto de un corazón anoréxico,

ojos que no cosechan en la mies del mercachifle,

ojos que no rumian las baratijas del yo ansioso.

 

 

AURORA

 

En la montaña dialoga con las horas,

a ella acude solo por su ruta nebulosa.

Trepa al lomo escarpado del animal andino,

respira pajonal de amanecer desnudo

bañándose del rocío verde y amarillo.

 

Asesando en la cuesta sobre las nubes

transpira el don de las lejanías pétreas.

Las matas que mece el viento de altitud

chocan a estribor del navío gris anclado

en la bahía de los cerros bamboleantes.

 

Quitándose de la colmena de la muerte,

de espalda al desfile escatológico

de fieras mecánicas destilando carburo,

avanza;

sepultando los hábitos del enajenado

bebe del eléctrico azul de ojos rapaces.

 

Cargándose a sí mismo a nadie sigue,

ninguna caravana le infiere cadavérico

aliento de expedicionarios tintineantes:

ponzoñas graduándose de cósmicos,

moderna peste disfrazada de pioneros.

 

La cumbre mimetiza con la garua,

ante sí nace otra cima ferruginosa,

arremete a su empinada resistencia,

la que dejó atrás no la ve adelante,

convertida en arenal deleznable.

 

 

BATALLA  DIMINUTA

 

Brota de la pantalla de cristal líquido el arácnido,

salta sobre la mosca que se revuelve ruidosa,

dan volantines en una cuadrícula de la nave bifronte,

ajenos en el ardor de la lucha a la mirada del testigo.

 

Un lápiz afilado separa con precisión a los gladiadores,

interviniendo en la repentina acción de vida y muerte,

rescatando al generador de la página en blanco.

 

Doblando la víctima el tamaño de su victimario

se retira, centímetros, a una esquina del teclado,

aturdida por los golpes, aún indemne, respira.

 

A ínfima distancia,

el perseguidor resuella inmóvil,

dando segundos a su afán devorador.

 

Carga el arácnido fulminante,

colmillos en ristre,

atrapando a la presa,

formando ovillo zumbante,

deslizándose bajo un papel.

 

El espectador,

levanta el sigilo incorporándose raudo,

provocando el corrimiento del escritorio,

expulsando de sí a los diminutos vividores:

la mosca atina a volar,

la araña saltarina pende de un hilo en el vacío.

 

 

PERSECUCIÓN

 

Beldades danzan añudándose,

baten el lecho fresco de la fronda,

se besan febrilmente, aullando.

 

Enfoco petrificado a las bacantes,

cargando flores secas en la mano

que no acariciará pieles prietas.

 

Bermeja luz cuaja en el ritmo,

mujerío ofrece sus dones

tumefactos al rey de los hongos;

ajenas al  ardor del mudo testigo

apartándose del divino néctar.

 

Aires benignos me empujan fuera

del fasto, viene instintivo alejarse

y transferir la escena voluptuosa

a las profundidades del pozo,

ahí crío el festín que erupciona

intempestivo en el catre anacoreta.

 

Reprimiendo ver sobre el andar,

la inocente sensualidad desapareció.

Devolviendo gruñidos feroces

harpías jadean en persecución,

un resorte las mueve a destazar

al paseante del ramo marchito.

 

 

LUMINOSO ILALÓ

 

Rechoncho animal andino

otrora temible volcán,

altivo recolector de magma

hoy diletante panel solar.

 

Los molones esparcidos

en los valles que rodean

con oropel tu agrietada piel,

testimonian un pasado febril..

 

Las entrañas algo tibias

brindan ojos de agua termal,

memoria del ardor telúrico

cuando eras un ser en erupción.

 

Cerro que acoges sembrados,

bienes semovientes y pastores,

aun en la chata cumbre que,

al fin de erosionado sendero,

engalana la cruz del invasor.

 

Ayer alojaste vertientes,

abono de primordial verdor;

tu pretérito bosque botánico,

hogar de fauna que se extinguió,

se vislumbra en una mancha

que a sus ruinas se aferró.

 

Perdida tu salvaje dotación,

la que pone real distancia,

ahuyentando de sí la polución

que esparce el agrimensor,

te convertiste en esponja de sol..

 

 

BELLEZA CANINA

 

El perro de ex-pastor, cola batiente, hace pista,

es un aporte vívido a la cuadrúpeda perfección.

 

Circunvala atento el perímetro del espectáculo,

la mano de un guía hábil saca harto provecho,

a su anatomía, esculpida en los ojos del criador.

 

La manipulación genética del perrero apostador,

sin añadir inteligencia al ejemplar de exposición,

viene escamoteando natural ejercicio evolutivo.

 

Se envanece con el peludo fin de sus desvelos,

fabricando angulaciones y formas de fantasía,

nada preponderantes en la lucha darwiniana.

 

El viejo instinto de presa reducido a una ovación,

se aleja del intrincado mapa odorífero primordial,

atrofiando la memoria que hace a un rastreador.

 

Sin pastorear instintivamente en el descampado,

desconoce el jirón agreste donde el lobo se aplica,

quien recorre en manada extensiones maratónicas,

en la jornada que exige su alto rango depredador.

 

Le llaman a gritos noble perro de exhibición,

en la literatura de catálogo es el mejor amigo,

con etiqueta de súmmum de lo versátil.

 

Atrapado, a la sombra de cerril cotidianidad,

enloqueciendo de inacción, hediondo a jaula,

paga puntualmente el tributo a su hermosura;

quizás media de hora diaria de pasto y de sol,

acaso una carrera para ladrarle a otro cautivo,

es el premio que recibe del famoso amansador.

 

 

ILUMINADO HIMALAYISTA

 

Cargando la cruz del romántico

retaste a los colosos de oriente,

y regresaste iluminado

merced al singular poder,

que otorga a sus adoradores,

el gran Señor de la altitud.

 

La palabra del jovial Nazareno

ya sobra en tu discurso de gala;

eres el elegido de las nubes,

un enviado del Buda trepador.

 

Ya no más, bárbaro;

alumbrado coleccionista,

¡bájate de los montes ochomil!

 

Vejando la huella fabulosa del Yeti,

entronizas la basura sintética

que arroja el simulacro de conquista.

 

Ya fluye tu consagrado verbo

en la parodia del precursor;

arriba, en el escenario que animas,

desde el teatro que te hace popular,

repartes el don de la cumbre fotogénica;

entre un público ansioso de medallas,

que sueña con ascender su montaña

y posar en el ápice del vencedor.

 

Ya no más, bárbaro;

alumbrado coleccionista,

¡bájate de los montes ochomil!

 

 

FRAGATA

 

La paciencia milimétrica del artesano la creó.

Izando velas en un magno océano de nubes,

entre montañas, está batiéndose con las olas

del amanecer, proa a la lejanía del montañés,

rumbo al incendio que gira en su propio eje

en la región que explora el capitán sin puerto.

 

Se vería estéril en la vitrina gris del sedentario,

allí exhibiéndose como un objeto inanimado,

y que alguien se pregunte si tal caro capricho

sería capaz de flotar en la pileta del patio árabe,

o acaso luzca como el níveo cisne de espuma.

 

Miniatura incorruptible en el mar de vapor,

nació para transitar la penumbra del ser;

navegando en pos de la luz vitamínica,

no se acomoda al corredor de reliquias

ni a ser el lujo de lunático coleccionista.

 

Las manos del artista la hicieron para resistir,

embriagándose, en horizontes de cordillera.

Oscila sin presentir la travesía del ave emigrante,

tampoco el surcar grasiento del buque volandero,

siendo una fragata que no conoce muelle

su jornada se repite en la aurora del altiplano.

 

 

DIFUNTOS

 

La celebración de Difuntos no me trae gracia,

parece que estuvieran pataleando,

convidados,

en el sainete que monta un dadivoso anfitrión.

 

Está de asueto el pasado que fabrica imágenes,

bienvenidas;

apenas hallo ebrios de panteón,

visitantes de lápidas que el resto de jornadas

asoman vacías, ajenas al consuelo palpitante.

 

Bendito el espíritu que medra en la intemperie

devolviendo a la flor diminuta de páramo,

al hábitat de la isla cautiva entre manglares,

a la fuente selvática de invisibles carnívoros,

al bosque de árbol de papel,

al espejo de río,

al velero bergantín de once cañones por banda.

 

Felices aquellos que no festejan su aniversario,

sin recibir la triste anualidad de deudos solares

en un perímetro cerrado con tapiales de olvido.

 

Me niego a saludar a un frío epitafio de mármol,

a recitar una oración con el rigor de un muerto,

sobrio como una tumba y,

derramando penas,

despedirme con un mohín de sí me acuerdo

pero, ¡Dios Misericordioso!, luego, fuera de esta

loza, que se nos pierda ese feo reflejo a calavera.

 

Los míos, adelantados, están con el músico nato,

cantan en el amanecer del jilguero encapuchado;

ellos respiran,

diseminados entre silencios vegetales,

confundiéndose con el recio forraje de montaña

y el aroma espíneo de la zarzamora y el mortiño.

 

 

PATAGONIA

 

Tierra fértil en dinosaurios de amplia gama,

legado rompecabezas de un mundo perdido,

grama de vegetarianos en rebaños colosales,

hogar del carroñero a imagen de un toro bravo

y del bípedo que pateaba a morir con sus puñales;

levantaste un gigante dotado de maseteros trituradores,

antípoda del diminuto emplumado que ambicionaba volar.

 

En el mundo eres la garra curva del confín de América,

memoria de una alucinante raza que no es fabulosa;

sus formas caprichosas duermen aún en la sabana,

aunque no menos curiosas que el ñandú pampero,

portan un aura magnética, prez de la evolución.

 

Madre de lagartos terribles y mansos ramoneantes,

mimados de la creación, especies de largo aliento,

especialistas en sobrevivir eones, extraños al ser

que destapa sus huesos: el humano de luces que

ajeno al delirio futurista descubre diamantes,

maná paleontológico, equilibrio planetario.

 

 

BELÉN

 

Cuna del hijo de Dios, revelación cristiana;

suelo del Mesías venidero, dogma judaico;

fortín que recita el Corán, patente islámica.

Entre muros que dividen religiones, tantos,

reclaman heredad en el tesoro: Tierra Santa.

 

Desierto del árabe pastoreando milenios;

colina que aviva la fe armada del rabino;

paredes que dan de beber a la intifada;

acera vaciándose de nativos cristianos;

refugiados: liberación de las Furias.

 

Asentamientos reemplazando bosques bíblicos,

miedo con vista a un hacinamiento de rencores;

parientes belicosos partiéndose ondulante erial,

parcelando la fe, impelidos a dialogar en Babel.

Vigente punto de inmolación: Tierra Prometida

 

 

GORILA  NUBLADO

 

Arrinconado en retazos de bosque nublado pervive,

víctima de la África de los conflictos fratricidas.

 

Es el hermano que sufre vano exterminio,

su mirada languidece en el exitoso Homo sapiens,

quien, con su alma fisurada en los templos de la utilidad,

viene apagando los ojos vivificantes del animal puro;

extraviando ancestral comunión con la intemperie,

reina en el vacío, alrededor de fría explotación,

suerte echada en el estruendo desmitificador.

 

Los humanos que defienden al cercado gorila,

son el brazo ejecutor de una sabiduría pragmática,

instintivamente se conectan con el valor de lo tangible,

retornando a la matriz, en una necesidad categórica;

sin ver en ella la despensa del informado heliogábalo,

emprenden en la acción que abarca un destino.

 

 

DUENDE EGOÍSTA

 

Genio adolescente, pío en la nota del ave mielera,

pasante sátiro por el sin fondo de la carnalidad;

vital funámbulo en la dimensión del creador,

acogiendo los valores de ser uncido a la tierra

cultivas el fruto de la múltiple soledad del higuerón.

 

Viandante extremo, al límite de la sima del pasible,

incursionando en el sudor vegetal retoñas enérgico,

indispuesto, ante las plásticas caras del hidrocarburo;

desatendido del averno maquillándose de hermosura

creces hacía dentro, en la raíz que abonan los astros.

 

Transmigrando del estigma de las horas desechables

empataste con el brujo que sacudió a la víscera rey;

en la zona del inventor de lo elemental que conmueve,

te acomodas en el dibujo cavernícola del primer artista.

 

Sufrir el vaho hórrido de las chimeneas del maquinismo,

es tránsito obligado; experimentar el círculo desarrollista,

ya jornalero de la ambición acumulativa en la cortedad,

fue reivindicar tu fortaleza: la capacidad de renovar tu alma.

 

 

BIPEDACIÓN

 

Millones de años, previo a la expansión cerebral,

aporcando el terreno para la floración pensante,

se inició la bifurcación entre arbóreos primates;

viaje silencioso en el espacio del ensayo y error

consumando la separación prensil del Homo sapiens.

 

Incorporándose en sus pies se echó a andar el ser

que paulatinamente abandonó la animalidad pura;

fin de la candidez mamífera, inicio del existente;

adiós al balbuciente colgando de la bóveda verde,

ineluctable asociación de la infelicidad metafísica.

 

Caminar erecto, portento estructural y energético,

liberó las manos del afán trepador del oportunista,

reventando en formidables útiles de alta precisión;

debutante inteligencia abrió ruta a la imaginación,

herramientas que a la vuelta movieron montañas.

 

El mutante entreveró vegetales con médula ósea

inyectando la proteína que proyectó al carnívoro,

estimulando el viraje hacia la cúspide alimentaria,

lenta transición de presa a depredador consciente:

insaciable en el aprendizaje de la suerte de matar.

 

La incipiente mente  estrenó sentimientos básicos

maravillando de su poder para tentar lo ignoto,

esculpió dioses originales, cuales adorar y temer;

poderosos distribuidores del caos y del bienestar

trajeron religiosidad, luz y sombra: paz y guerra.

 

A los sentidos elementales del cazador-recolector

se le añadió quietud sedentaria que socavó la alerta,

degenerando la capacidad de asombro por la vida;

el fin de la bipedación plasmó en un día geológico,

inventar la bomba tomó segundos de esa jornada.

 

 

CHIMBORAZO

 

Cumbre tropical que el caballero Whymper holló

dando apellidos a sus cúpulas enfilando al sol;

hundiéndose en ápice níveo, antes del crepúsculo,

izó bandera pirata sobre esa formidable cúspide,

materializando la cima del mundo que creyó ver.

 

Monte, colosal, ascendiendo del pupo de Gea;

arriba, observando desde una vitrina espacial,

es el pico prominente que palpó el noble inglés;

sobresaliendo en el vientre del animal esférico,

es el delirio de Bolívar frente al helero de ayer.

 

Tan pronto, de nieves invictas a infértil deshielo.

Los prohombres que testimoniaron tal esplendor

partieron augurando inmortalidad a sus murallas;

aun los sabios calculadores del cambio climático

pronosticaron tardía muerte al nevero ecuatorial.

 

Fueron instantes, un decenio desfiguró su prez,

el detente que formaba el glaciar, diluyéndose,

corre inocente: agua fósil que el carbono soltó;

una existencia humana vale para dar fe del fin,

impasible ante el maná que floraría un desierto.

 

¿Quién reconocerá al gigante el siguiente lustro?

Será un buque fantasma naufragando en piedras,

caudales grises formarán sendos cráteres yertos,

preparando el sarcófago de los domos azucenas,

fallecientes, derritiéndose en cruda indiferencia.

 

 

 

VENTANA

 

Extiendo mis manos a un árbol que se hace fruta,

cautivo en la luz generadora de festival mañanero

matices silenciosos corren tras el mirador vegetal.

Germinan verdes desplazando el gris de la aurora,

despierto en la cueva despidiendo aires de cafeto.

 

Secretos cantores del amanecer son observados

se ausentan airosos de sus cestas en el ramaje,

aliviados de la ferocidad de aves rapaces transitan,

entrecruzándose, los insectívoros y polinizadores:

activándose el sustento a flor de tierra y en el cáliz.

 

Tórtola escarbando en la huella fresca del rocío

apurando rauda una lombriz ante el glotón mirlo,

que de un salto la mueve del siguiente bocadillo.

Ave bruja se posa en chumbera ahíta de líquido

incorporando el diamante de los jardines de Pan.

 

Colibrí tierno, aprendiz fulminante de nectarívoro,

choca en el engaño que trae transparente cristal,

rebotando indemne aprende a evitar quieto intruso

que ayer no percibía; hoy emergió al apetito voraz,

a beber energía con la prisa del dispuesto a morir.

 

 

COCHINILLA

 

Intrépida caminante en la baldosa,

huele el peligro de explorar en lo ajeno

investigando tras las murallas prohibidas;

ojos humanos acechan su diminuto apuro,

refulge el caparazón arena, las múltiples

extremidades se frenan mimetizándose,

intentando desaparecer en el vasto piso

envolviendo el cuerpo entumecido.

 

Dos fantasías, sensibles dedos en pinza,

maniobrando con precisión milimétrica,

prenden a la familiar criatura de la niñez,

verifican en la piel su ínfima complejidad,

esa creación eónica vientre arriba.

 

¿A qué roca perteneces, ente antediluviano?

Soy una reliquia, y me veo así de añosa:

diría que tengo miles de años más que vos.

Se me confundió el rumbo de mi cueva,

aunque presiento esa oscura calidez,

será que estoy tan lejos de su humedad.

 

¿Sea, vas a eliminarme? ¡Oh, ente invisible!

Podría decir que sí, que la escoba mata,

te confunde con basura vil; mas,

he de liberarte, como las otras, sin excepción,

cuales vengo desalojando a diario de mi lugar;

haré un epílogo glorioso de tu extravío,

volverás incólume al claroscuro de la saponaria.

 

¿Tanto puedes? ¡Oh!, es difícil de imaginar,

cómo pretender abarcar tu todo material.

Sólo sé que tienes un tacto exquisito, gigante,

podrías reventarme en un tris, sino por matar

por mero descuido, ¿en eso consiste mi gracia?

 

La pinza se abrió, desciende al imán de la tierra,

aterriza en mullido colchón de verdosa hojarasca,

la fragante humedad de la saponaria la acoge,

raudamente se orienta a las tinieblas bajo piedra

meditando en la temeridad de su mayor aventura.

 

 

CRÉDITO

 

Ocupación: existente; recreo: vivir.

Habito entre dos lomas abrasantes

son los senos de Gea amamantando

al montañés en su hogar de madera;

el indígena gime de placer con ellas.

 

No eres sujeto de crédito, alucinas.

Repasa mejor el arte de los doctores,

sé el carismático gallo de la catedral.

Vivir es cosa de caminantes, poetas

alucinados, pintores esquizofrénicos.

 

Ni estoy acá por un favor comercial,

vine a devolverte tus vagos abrazos.

Dije: tengo quien me estruje de verdad,

sus caricias despiden poder telúrico y

no es bocadillo ácimo de facilitadora.

 

Grosero, pelafustán, así me ves;

grito, ¡el siguiente!, sino enmiendas.

Por Cristo, hombre, piensa y mide,

pisas la antesala de adquirir ego,

el numen del tipo bienaventurado.

 

¿Estamos conformes en lo dicho?,

mi oficio es volver a cuestionarte…

Profesión: agrimensor, en libre ejercicio;

domicilio: Cuesta de los Bajantes;

culto: refocilar con lo magmático.

 

¡El siguiente!…

 

 

 

VISIÓN DE OTOÑO

 

A la sombra del árbol saponáceo

gime y danza trémulo el otoño;

canta el duende,

drupas caen del chereco;

vegetal yerto la estancia come;

sol de aguacero reverbera

en la lejanía del meridiano

gótico de las montañas.

 

Vientos embisten la selvita

de aloe feroz y geranios;

humedades nutren el campo

arrebujado que guarda

restos lobunos renaciendo

en la piel rugosa de araucaria.

 

Donde acaba uniforme verde

el veranillo se ha esfumado y

la hora se cubre de pardos;

bajo el ramaje entrecruzado

del aromático eucalipto

tiembla la tierra fulgente,

ahíta de hojas muertas.

Árboles que se fueron

A la sombra del chereco

es otoño ecuatorial;

canta el duende,

drupas caen;

vegetal yerto,

la tierra come.

 

Sol de aguacero reverbera

en la lejanía del meridiano

gótico,

de trémulo sauce.

 

Vientos embisten la selvita

de sábila y geranios;

humedades nutren el campo

arrebujado, que guarda

restos lobunos renaciendo

en la piel rugosa de eucalipto decorativo.

 

Donde acaba uniforme verde

el veranillo se ha esfumado,

la hora se cubre de pardos;

bajo el ramaje de la copa,

haciendo esquina fulgente,

es la estación de las hojas

de árboles que se fueron.

 

Desfiladero de Dionisio

Garua y sol reverberan en el sendero de lajas azules

empatadas por la naturaleza eónica,

soy un velero en la estática del mediodía rijoso del sátiro,

voy al campo de las delicias de dríades ardiendo en árboles de papel.

 

El reverbero de solitarios picos andinos sufre agua volandera;

luz y calor terrestre abajo en la senda azulada,

sombra granítica y gelidez aérea ululan con las pirámides,

verticalidad azabache ascendiendo vaporosa al firmamento.

 

Apuras el aperitivo de flores diminutas,

te nutres de racimos violetas de genciana,

esencia de la frontera del pajonal,

maná de almohadillas de páramo.

 

Ondas acústicas traen la vibración y fuego de las dríades,

banquete de feromonas de bosque musgoso,

cosecha de aromas y sudores virginales,

es la altitud potente del desfiladero de Dionisio.

Arupo en levitación

Pequeño entre la sombra espesa de eucaliptos decorativos,
el arupo escapa de oscuro y fresco zócalo selvático,
por fuerza inclinado cayendo hacia occidente,
es tupido ramaje horizontal proa al sol de venados.

Aromas de café cunden en la morada del montañés,
viniendo a la mañana nebulosa cargada de rocío,
de flores silvestres guareciendo a insectos saltarines,
de pencos de sábila ascendiendo superpuestos,
de mariposas nectarívoras en margaritas diente de león,
de cochinillas medrando en arpegios de armónico viento,
de volanderos trinos de ruiseñores de la altitud.

Ventanas abiertas al árbol desnudo
de pálida piel exfoliada,
extendiendo sus brazos tortuosos,
de múltiples y nervudas extremidades,
a la deidad lumínica de intensos colores,
en pos del clímax vitamínico solar.

Aires de mayo echaron a tierra hojas pardas,
hojas lanceoladas inertes crujiendo en húmedo suelo,
confundidas con raíces maternas serpenteando
a flor de yerbas rastreras refugio verde de gusanos,
alimento predilecto de atigrados gorriones,
manjar de esbeltos y azabaches mirlos,
golosina de canarios y tórtolas glotonas,
anunciando en lenguaje alado la floración íntima.

Tiempo recobrado (poemas)

GRASIENTO BLOOM.-

Saltas a la luz con el nombre que te dio tu jornada vigente,
desayunando vísceras arrancas el jueves del solitario andante.
Alivias el vientre imaginando fabricar un cuento de concurso;
usas el papel que brinda la obrita ganadora,
suspiras por los renglones de fama que te daría tu genio.

Monólogo incesante es el hombre que pasea su atareado cerebro;
activando la palabra interior, que alimenta los sentidos en alerta,
supera la intrascendencia del vendedor de anuncios comerciales.
Navegando en los ríos de la percepción vas anotando todo,
desde la poesía del capitán, en reorganización retrospectiva,
a la inteligibilidad del constante cálculo en la faena callejera.

No elucubra para el periódico ni las muchedumbres,
los otros ambulan ajenos a su veloz entendimiento;
conecta directamente con las islas que receptan su mensaje,
señal abierta que ancla en diferentes puertos del universo;
consciente de cada segundo respira su don precioso:
la posteridad que le asegura su apuesta nemotécnica.

Hay que flotar erótico en la bañera pública,
y perfumarse para asistir a un entierro de largo aliento,
a una boda vegetal, a la visión de un almuerzo troglodita,
al tentempié con tostadas de queso gorgonzola y vino,
y volver a deglutir la mantecosa exquisitez de las tripas.

La tarde surca en el océano sensual de Molly Bloom.
Fuegos del estertor estival incendian la playa,
el nómada desflora a la sombra púber de una doncella.
Portando una patata, el amuleto contra el hambre,
se adentra en el laberinto bohemio de Afrodita popular.

Cuando retorna al hogar ya es un flamante mañana,
atraca en el insomnio galopante de la carnalidad.
Su odisea de horas se hicieron siglos en las páginas
del Ulises moderno que por fin desembarcó en Itaca;
duerme en las prominentes caderas del olvido:
capturó la partitura que se recreará todos los días.

 

TIEMPO RECOBRADO

Abismado en su habitación forrada de corcho,
no recuperó las sombras del tiempo perdido,
sino creó un mundo intacto con su semilla.
Recobrar lo ido es levantar cumbres latentes,
las siete montañas originales del creador
que se funden con los corazones gemelos.

El puente que tendió lo divino hacia el artista
hace de su obra engranaje del oasis universal,
vigorosa frente al frígido instante astronómico.
Imaginar es darle sabor a la lógica inteligente;
desencadenado del helado rigor nihilista
llena su hábitat con verdores de la intuición.

De las siete cúspides brotan los vástagos
del genio moldeando en lo irrepetible,
fluyendo por la senda que jamás retrocede.
Fogonazos del pasado viajando al presente,
son aromas y texturas que inventan el futuro
del hombre que tiene el don de inventar.
Alumbrando realidades frescas, indetenible,
avanzando sobre las ruinas del inerte ayer,
exprime el soplo terreno de bienaventuranza,
su magia es la virtud de deglutir el tiempo.

 

VIAJE AL FONDO DE LA NOCHE

El hombre viajando
en su agujero negro,
inacabable…
proscrito de la luminosidad
de una noche oscura,
estrellada.

Nació bajo el signo de las dos
grandes guerras criminales,
y el infame genocidio mundial,
que no se dio en la antigüedad ni el renacimiento,
apenas en la reciente modernidad;
tal crueldad inteligente se abatió
en el siglo que se sirvió de las luces
no para crear el edén del Homo sapiens,
sino para el festín del exterminador.

El hombre quiso hacer el traslado
egoísta, ir de las tinieblas a la luz.

Su condición de maldito genial lo
ató a las potencias oscuras;
anduvo sonámbulo entre las paredes
de los submundos de la teratología,
impelido al sin fin de su noche.

 

TÚNEL VEGETAL

Desmodernización entre paredes arbóreas,
pasando de rumiar la actualidad famélica.

Quitar los sentidos del infatigable basurero
maquinista,
y hundirse en la producción de pequeñas
felicidades,
y aspirar del primitivo remanente de bosque
andino.

Privilegiado espectador de óleos
claroscuros de túnel brujo,
asciendo por la zanja musgosa que hace la
trocha chocolate.

Perder la vista en un recodo es vislumbrar el
inmediato silencio,
pararse es la explosión alada de una pava
que huye del intruso.

Presentir la danza nupcial de lepidópteros absorbidos
por el ramaje,
y dar oído al lamento del capulinero violinista que peina,
con intermitente plectro correoso,
la caja de resonancia del dosel.

Pisando fuerte el suelo de arcilla humectada
pervive el fresco aliento de la lluvia cesada,
los habitantes de la selva irradian salud
mañanera.

Árboles ventrudos derraman sus raíces a
flor de piso;
pantzas formando
artríticos y desiguales escalones
traen imágenes de oscuras tardes saponáceas:
resbalones y batir barro en pozos anegados.

El tiempo recobra el sudor del remoto montañista
cargando su tienda como un caracol a los
riscos de Albertina.

La pichona de cóndor de ayer aprestándose a
volar y a ser congelada en una instantánea,
ya batió sus alas hacia el horizonte
naranja,
ya está contenida en el sol de los venados.

Somos la huella que las aguas del mañana lavarán…

 

ROCINANTE GLACIAL

Desciendes del caballo de la taiga.
No has transitado por bosques de abedul,
galopas en el país de picos ermitaños,
esos que aún nevados despiden aire primaveral,
desconociendo lo que es convivir con gélido ártico.

La modernidad te dio ruedas de tracción andina,
manteniendo la mirada triste de un beodo mujic
enrostras a tu par montaraz de norte América,
al todoterreno proveniente del dragón oriental,
y te mides con el caballerote enviado de Albión.

Sueño que sueñas con un paseo rústico,
harto de lidiar con entes histéricos,
con latas de quilates,
con velocistas de atasco,
con modelos aerodinámicos ávidos de aparcamiento
refulgiendo en perfiles que emulan al guepardo,
al pacaso,
a la sirena y el hurón…
chatarra del mañana de nube invernadero.

Cuando el horizonte no es más ilusión trepadora,
y las ventanas remiten espejos de altiplano,
charcas con patos,
pampas del lobito andino y el curiquingue,
lomeríos dorados,
jardines liliputienses,
cauces de agua fósil,
vertientes abruptas del escalador filósofo,
entonces hay que desmontar y
andar sin volver la vista atrás,
hasta que Rocinante deje de ser el punto familiar de
las lejanías y soledades del paisaje eónico.

Tras caminata otoñal en los misterios del superpáramo,
arrojado en los cúmulos de lava envueltos por húmedo pajonal,
te busqué oteando desde lo alto de una cresta dragonil,
juraba que ibas a presentarte apenas te invoqué en la niebla,
pero era yo el que tenía que encontrarte apacentando en el llano,
era yo el que imaginaba tu relincho emancipador,
aunque siempre estés dispuesto a devolverme a mi cálida cueva.

 

[…] Y MEDIO MUNDO FELIZ

Envejecieron con sus feligreses;
de un fragante tirón, se entumecen;
la sonrisa hierática permanece
tras rapapolvos y elegante disfraz.

Oh, días de gloria astronómica,
en las instalaciones de lo fantástico;
obsequiosos con el cadáver de moda,
santificaron su orden inmediatista.

Bebiendo la pócima de los atareados
subyugaron con el marfil de su risa;
sin librarse de elocuente putrefacción,
subidos sobre la información dinámica,
brindaron cautivante distraimiento.

Maestros en el arte de la primicia,
ante un público adicto
a estremecimientos lejanos,
anhelaron destilar el soma dichoso
y rejuvenecer gratis.

Montados en su estructura útil
para los simulacros de amor,
sirvieron placebos de la perfección
que envilecen original sensibilidad.

Oh, momias mediáticas,
son nuestra adoración,
…y medio mundo feliz.

O sea, amados nuestros,
en algún lugar de su fantasía
se escondió la humilde realidad.

Con la dentadura por delante
hicieron el baratillo de la alegría
pródiga en ilusiones populares:
foco del estancamiento evolutivo
de una especie callejera que ha
resignado la disciplina de los
sentidos básicos animándose
en la bullente naturaleza del todo.

Nos vendieron su tiesura higiénica
como un sucedáneo del paraíso.
Templos de flamantes babilonias;
sobrios, nos han pasmado con su
vocación de lápidas parlantes;
siervos del dios de la novedad
que se corrompe en su calentura,
pasajera, como la señal abierta
del invisible satélite, orbitando en
corazones helados por la pasión
nihilista del que no camina sino
para rodar, moroso, en el asfalto.

Oh, momias mediáticas,
son nuestra adoración
…y medio mundo feliz.

 

Ecos del murciélago

¡Modernización de la naturaleza!,
eres la plaga del antropoceno,
eres la madre de la resignación…
 
Oh, desarrollador a ultranza,
todo en ti es monetizar,
¡padre del futuro hambriento!
 
No riges en la inmensidad de este contemplador,
no eres el ojo de agua que encierra y cría a la trucha arco-iris,
no eres el trueque para comer y beber de la vecindad campesina,
no eres el mediodía de mis perros guardianes,
no eres la música de hamaca del amanecer,
no eres la ardiente deidad de la montaña.

El aroma del tiempo en Islas Encantadas

Mañana plomiza,
tibia garúa,
gardenias vestidas de rosa.
 
Camino de campo rojizo,
vegetación sudorosa,
pinzones en charcos de agua lluvia.
 
Tortugas gigantes en perspectiva,
reses pastando,
guayabas perfumando la tierra.
 
Mugir de machos alfa,
piar del sotobosque,
pared de invasiva zarzamora.
 
Garza morena alerta,
atrapa una anguila en las rocas negras,
arena blanca es lamida por la ola.
 
Forcejeo interespecies,
desaparece la anguila,
la garza planea.
 
Sendero ecológico,
adoquín que surca el bosque silbante,
opuntias gendarmes del amanecer.
 
Lejos de la avenida Antropoceno,
sin el ruido del paloselfie curioso,
se arriba a frágil sol naciente.
 
Rugir de lobos en la arena de oro,
reflejos de tortugas marinas danzando,
surcos de arena gris dibujan el remanso.
 
Manchas de agua turquesa,
rocas porosas,
refulgir de algas oxidadas.
 
Lágrima de manantial es el cerro nublado,
gemido vaporoso de escalecias,
verde-amarillo perlado de bromelias.
 
Plataformas color  miel,
baldosas arrugadas de tiempo volcánico,
formas caprichosas del fuego de la creación. 


Conglomerados de lava petrificada,
figuras del génesis,
pasaje a la dimensión alienígena.
  
Lengua volcánica fósil ,
perdiéndose en el celeste aéreo,
empatando con la línea del piélago.
 
Nubes estriadas que arrea el viento,
lagartijos suspendidos en vertical,
avispa de vuelo errático.
 
Crucero blanco en perspectiva
rompe el recogimiento visual,
pasó.
 
Agitación en la charca,
zancadas fugaces,
flamencos despegando.
 
 Mañana temprana,
perfumes de flores epífitas,
descendiendo al mar vacío.
 
 Bosque seco al mediodía,
purgatorio ascendente,
en pos de la siesta prometida.
 
Mirador ajeno a la estridencia sintética,
bahía libre de bañistas exóticos,
música lenta de nervudos manglares.
  
Caminar lo que no se ha caminado,
regenerando el sendero de ayer,
fuera del quehacer ilusorio monetarista.


Llamado del pingüino tropical,
rayas camufladas en la arena de orilla,
pelícano café de vuelo rasante.
  
Cangrejos de extremidades prescindibles,
se persiguen en paredes arrugadas,
mutilándose entre sí.
 
 Trina el canario María,
atento el papamoscas,
vuela la tórtola de párpados celestes.
 
 Murmullo de agua de manantial,
armonía de la montaña,
elixir del sediento. 
 
Chiflón de las grietas de magma,
frescura de gaviota de lava,
alarido de gavilán pollero. 
 
Irreconocible caminante de acantilado,
sumido en la extraña música del aguaje,
es el sujeto de la experiencia que se extasía.
 
Árboles barbudos,
hojarasca de palos de ramaje artrítico,
cauces de escoria volcánica.
 
Trapecio de roca gris en la explanada,
mirador del cactus cabeza de medusa,
resiliencia de bosque abrasado.
 
Cama parda de almendro desnudo,
ramas retorcidas proa al firmamento,
siesta cumplida.
 
Piedra en la horqueta de palo-santo,
señal de viada para el caminante,
paso a los jardines de la iguana tricolor.
 
Tortuga carey soñando en la arena soleada,
remanso al amparo de la bajamar,
despertar es un apurado retorno al hábitat.
 
Pingüinos flotando,
se sumergen,
son torpedos submarinos.


Inmersión al  horno boscoso,
horizonte de arbustos pegajosos e hirientes,
no hay camino sino es por la línea oceánica.
 
Verdor de poza estancada en la plataforma desierta,
ausente la rosada corneta de los flamencos,
aletean y se hunden los patillos de picos rojos.
 
Tortuga gris yerta en lecho de algas,
cadáver que surfeas en la imaginación,
ayer nomás eras el rey de las olas.
 
Retozando en el mañana sombreado,
en otro silencio cerrados los ojos,
se descubre el secreto de la opuntia.
 
Recuperando al Chelonoidis elephantopus,
fascinantes críos de siete años,
enterrarán al espectador.
 
Vigilante golondrina de anillos blancos en las patas,
resaca removiendo guijarros de la caleta escarlata,
lobeznos peleteros jugando en el incendio crepuscular.

Acacia de ramas que abanican, 
rumor de gaviotas de lava en la orilla etérea,
ostreros rojos pescando en la tarde temprana.
 
Aromas almendrados de cedros en flor,
alarido de bosque primario tras la Huerta Valle-Vera,     
fresco sendero tapizado con semillas verde-oliva.
 
Jardín de opuntias taciturnas ido el pájaro brujo,
pinzones dependientes del cactus emiten su lamento,
manzanillos púberes hacen el túnel del cucuve.
 
Invasiva supirrosa ahogando el  hábitat del papamoscas,
ciempiés gigante se hunde en la tierra agrietada,
ruge el pleamar en la bahía prístina de playa inclinada.


Peñón oceánico hechizo de bruma y cielo abierto,
ensenada esmeralda de playa veraniega,
versátil panorámica desde el Cerro Gato.
 
Aterrizaje y despegue de las fragatas del Junco,
fragor y estremecimiento de alas sacudiéndose la sal,
patillos zambulléndose en la quietud de agua dulce.   
 
Dando la vuelta entre sudorosos helechos,
la isla entera asoma al balcón de Buche Rojo,
vientos tropicales esculpen paisajes en el tiempo.
 
Rocas ardientes de iguanas mudando de piel,
fortalezas marrones de orilla volcánica,
fragatas levantando nidos en la colina parda.
 
Sombra y brisa en la morada del enmascarado de Nazca,
barranco del reclamo existencial de las gaviotas tijeretas, 
trampolín a la corriente de aire del futuro pescador.
 
Caída del sol en el paredón de los suspiros pendientes,
pez águila y prole danzan en la hoguera del ocaso,
lagartijo añil ventilándose en mangle blanco.
 
Canarios María bañándose en las charcas de bajamar,
mundo de las olas de pelícanos surfistas,
campo pétreo adentrándose en mar de sargazos.
 
Azoga la cola del ave tropical de regreso al nido aéreo,
siesta de  lobo marino en el charco que atrapó pececillos,
garzas cenizas y tijeretas piratas patrullan en la abundancia.

Caen redondos frutos del tóxico manzanillo,
manjar que recoge el pico de parsimoniosa tortuga,
cucuves querellándose en acacia nervuda.
 
Mirador de bosque seco y eufónico humedal,
lejanía oceánica de metálicos azules y grises,
brisa a la sombra del horizonte de playa blanca seseante.

 

Riñen las iguanas disputándose amarillento arbusto,
chocan sus cuernos con estrépito en la tierra cuarteada,
arcos de lava festonan la entrada al mar del cauce volcánico.
 
Garúa vistiendo de gala a flores del aire,
canario brujo balanceándose en espiga dorada,
ceibo de ramaje perlado por magia ancestral.
 
Refresca al pie de frondoso mango mañanero,
fantasía de gardenias asociadas con hierbas rastreras,
cucuve a contraluz devorando grillo rojizo.
 
Rocas erectas de musgoso filo de montaña,
árboles barbudos trinando con los jilgueros,
flores de cera colgando del abismo verde.
 
Ocaso de relucientes flamencos en pozas salinas,
pinzón tomando el néctar del candelabro de flor amarilla,
lenguas de fuego brotan de las fauces del dragón de Cerro Azul.
 
Acuarela de iguanas marinas levitando en piscina de  piedra,
garza estriada dormita camuflada en tupido majagua,
canta el papamoscas en el jardín de las diablas lunáticas.
 
Sendero de las tres siestas,
un techo es hallazgo en la orilla rocosa,
castillos encantados del rey Iguana.
 
Tijeretas juveniles se recogen en el paredón gris,
lagartijo de trompa magenta engullendo una araña,
playita guardando el mangle del cucuve añorado.
 
Pelícano café planeando rasante con la ola,
media luna de redondas moles ferruginosas,
caleta de periscopios de tortugas oceánicas.
 
Mariposas moradas de sudoroso pasadizo vegetal,
patillo aleteando entre juncos de agua dulce,
lomas dentadas difuminando en la orilla vaporosa.