CHOCANDO

 

De caminata por la línea costera de las Islas Galápagos, no es raro observar un choque de iguanas marinas alfas; es un comportamiento territorial que es más visible en especímenes machos pero que no excluye a las hembras dominantes, y por doquier se baten en aras de la supremacía de sus pequeños dominios. Esta especie endémica (Amblyrhynchus cristatus), en sí es sociable, al paso he contemplado grandes agrupaciones tomando el sol amigablemente en planchas grises de lava volcánica petrificada o en alfombras de verdes yerbas rastreras que desembocan en la orilla oceánica.

Más allá del gregarismo de la especie, los alfas se disputan espacios en playas, orillas rocosas y arbustos costaneros. Los reptiles dominantes patrullan con celo y perseverancia sus lugares ubicados en cualquier lugar de la línea costanera, son pequeños espacios que de repente se convierten en cuadriláteros propicios para pelear.

A los machos alfas se los distingue por tomar en época de apareamiento colores rojizos y verdosos que combinan con las manchas negras y el gris normal de su escamosa piel. En especial, en Isla Floreana, lucen magníficos enfundados en esa temporal envoltura tricolor. Empero, esa transformación camaleónica puede ser nociva, si bien ofrecen vistosos colores para atraer a las hembras no es saludable para sus organismos abandonar el gris natural de sus rugosas pieles. El oscuro revestimiento del diario fue diseñado por la evolución para recibir a plenitud el calor solar, no es por divertimento que se tienden horas a tomar rayos solares en la fuerte canícula ecuatorial, es una necesidad biológica, pues, deben aumentar su temperatura interior corporal y estabilizarla luego de permanecer bajo el agua templada alimentándose. Únicamente cuando alcanzan cierta temperatura corporal a la intemperie y la mantienen estable digieren correctamente la dieta de algas submarinas, que es su principal fuente de alimento y nutrición. El fenómeno de la corriente cálida del Niño, si se prolonga demasiado es devastador para la dieta regular de las iguanas marinas, pues, destruye la producción de las algas marinas que no toleran altas temperaturas en el océano tropical, provocando mortandad en la especie.

En Isla Isabela fui testigo de cautivante choque de iguanas marinas, siendo el evento que motiva este artículo. Situaciones como está perduran en la memoria mágica, se aprende mucho del comportamiento territorial de estos fascinantes reptiles. Estaba caminando distraído en una plataforma de arbustos combinando colores grises con verdes y rojos amarillentos, allá por el filo de la orilla rocosa al costado del sendero al Muro de Las Lágrimas (así llamado porque los presos de la colonia penal que funcionó acá de 1945 a 1959, fueron atormentados con el acarreo de piedras para la construcción de un muro disparatado por inservible, aunque hoy sea parte del catálogo turístico de Puerto Villamil), cuando de un arbusto surgió la querella por el dominio del mismo. Quizás se trataba de la disputa de dos machos cotejas entre sí y que por rutina batallaban en la vecindad de arbustos. Los combates entre iguanas pueden ser cortos y hasta fulminantes, chocan las cabezas cual búfalos y pronto dirimen cuál emprende heroica retirada a su lar o en pos de un nuevo lar, he presenciado este tipo de encuentros entre machos tricolores que impresionan por su porte, a veces corre sangre porque no empataron bien los cuernos y al calor de la refriega se desviaron a los labios del rival, pero esto es otra historia.

Presencié una batalla extenuante e inacabada de iguanas en la arena del matorral de orilla costera. Me inclino a creer que se trató de una lucha femenina por la posesión de un nido para desovar, digamos que dos hembras potentes le habían echado el ojo al mismo arbusto aunque alrededor habían de estos desocupados para escoger. O mejor aún, que una de ellas halló vacío el sitio y lo tomó para sí y la otra de repente se antojo del lindo matorral y se erigió como usurpadora, en todo caso no hubo manera de distinguir quién era la tenaz invasora y quién defendía con ahínco lo suyo.

El momento crucial del combate fue cuando una iguana agarró con su trompa una garra de la otra, y el instante que lo hizo me pareció eterno. Imaginé que devendría en mutilación, mas al soltar la presa no hubo ni cortes ni sangre, solamente había prensado la garra del rival sin consecuencia alguna, las iguanas no poseen dientes carniceros. La batalla por el matorral continuó hasta que las perdí de vista.