Cocha Escondida
Caminar con rumbo fijo en los páramos de la cara sur del volcán Antisana, es tomar una senda de venados cualquiera en un terreno reconocido por la memoria visual. Cuando la luz y nitidez ambiental lo permiten surge el paisaje de horizonte de superpáramo, poesía visual del altiplano entre el Antisana y las pampas húmedas y dunas de orilla del reservorio-laguna Micacocha almacenando, para el consumo humano, agua dulce de vertiente andina oriental. Sobre la marcha, nada se repite tal como corre el líquido que alimenta la Cuenca del río Napo, allá en los albores del Amazonas.
Trasciende el espacio tiempo del sujeto de la experiencia porque está lanzado al futuro inmediato en cada paso que da con la opción de escoger entre las trochas de venados, “mira tú, allá están recolectando hiervas y flores, hagamos la vuelta por ahí en vez de ir por acá…”. Este es el carácter intempestivo de una marcha sin metas extenuantes, libre del horario rígido y kilométrico de las jornadas del senderista de media montaña a tres cuartos de montaña. Aunque es gracias a los días y noches de mutación en la altitud andina salvaje e implacable que nos es dado el goce mental y físico del presente deambular bordeando dunas y capturando imágenes de aves y mamíferos de mediodía. Es ahora cuando rumiar el pasado sacrificio en la intemperie de los Animales Andinos, se transforma en maná contemplativo. La aventura de mudarse a las pequeñas felicidades de superpáramo, tiene pagado el peaje de ingreso con antelación, esto a cuenta del montañero endemoniado que otrora encomendó a su cuerpo joven la tarea de sufrir la suerte de andinista sin amortiguadores, quitando lastre del alma percudida por sueños desarrollistas engendrando culpa y ansiedad y, la paradoja, también engendrando la angustia que de habitar en la nada da lugar a la cosecha futura de horizontes emancipadores.
En estos parajes de jardines de gencianas de flor morada asociadas al verdor de almohadillas de altitud, se compone la melodía de arroyos de agua fósil transportando el exquisito producto del deshielo de los glaciares moribundos del volcán Antisana, es mediodía soleado y de ambiente límpido que no es poca cosa en una zona propensa a repentina y gélida cerrazón.
Este poder divagar liviano en la vida lenta de la meseta al pie del Antisana, es el fruto fresco y dulce de un senderismo sin pretensiones extenuantes. La trocha de venados elegida viene por fuera del pantano que precede al espejo de agua que, conforme lo alcanzo, va configurando la forma de Cocha Escondida, una hijuela menor de la Micacocha.
Cocha Escondida, se refleja en los ojos cuán esplendorosa puede ser cursando el mediodía, viene estratégicamente camuflada tras verdes dunas de pajonal y desde arriba la guarda la mirada petrificante de su dragón custodio, permanecerá así de mágica mientras la luz ecuatorial y el devenir atmosférico sea propicio para deglutir el espejo de agua azulado. Ondas apenas mecidas por el viento acogen patillos volanderos, y en el pantano contiguo se exhibe la rareza alada de una pareja de ibis. “Aquí me quedo”, es el anuncio del que se mete en los cuadros y dioramas de cercanías y lejanías, teniendo como mirador el sillón inclinado hecho de matas de pajonal esponja.
Las señales de cambio de tercio atmosférico llegan ineludibles a los sentidos alertas del sujeto de la experiencia. Hay que abandonar la cocha aún bajo el influjo de postreros resplandores azules, antes de que se torne en una belleza gris. El paisaje que de repente encendió la luz de espejo acuático paradisíaco, también de repente se apagó para dar lugar al escenario duro, gélido, que en sí es propio del encanto de superpáramo. Ligera llovizna envuelta en penumbra y niebla desvanecieron los colores cremas y azabaches de las empinadas laderas y paredes rocosas de la cara sur del volcán Antisana en lontananza, cediendo a intensos verdores reverberando en la senda que sigo por lo alto de la quebrada embebido en la fuga sonora del arroyo tributario de la cuenca amazónica.
Remolineras inquietas picotean en el suelo vegetal. Voraz curiquingue se posa en el cadáver de rumiante cuadrúpedo y roe en los huesos pelados expuestos en la intemperie. El vaquero forrado de pies a cabeza de ropa impermeable que lo protege de los rigores de alta meseta andina, reúne y arrea a la manada de caballos que a galope se pierden de vista en la pampa metálica. Adiós a los venados de recios cuernos que vigilan la retirada del transeúnte al punto de partida y final de la vuelta a parajes indomables de alta serranía.