Camino aspirando a todo pulmón el silencio galapagueño, voy liviano entre el paisaje de cúmulos de rocas bronceadas. Aunque me cubre la ropa de intrépido expedicionario siento que estoy tostándome en la canícula de tierra agrietada y rojiza de Isla Baltra. La mañana de cielo celeste y nubes plomizas en lontananza -por las montañas de Isla Santa Cruz- se llena de aromas y colores de tierra agradecida por el factor regenerador que es el agua lluvia que ha recibido en febrero. Acá se sobrevive y florece con lo mínimo, no existen fuentes de agua dulce surgiendo del suelo volcánico de perspectiva plana, no obstante los cactus brindan sus frutos espinados, espesos matorrales de vegetación leñosa ofrecen refugio a la fauna residente y asoman cráteres rectangulares como si se hubiese excavado para instalar albercas en medio de hologramas marcianos de espacios vacíos. ¡Alucinas tío, alucinas…!

Las calles rectas que otrora sirvieron para transitar por la base aérea USA de la Segunda Guerra Mundial, han sido tocadas por el pincel discreto de briznas de hierbas verdes festonadas con diminutas flores amarillas acariciadas por la brisa que viene del fondo azul y turquesa del piélago que rodea la isla. De repente, la iguana variopinta que combina mostazas y pardos en su piel escamosa, salta al vacío desde la sombra del cactus que la camuflaba, mis torpes pasos de bípedo implume dispararon su sano e inveterado instinto de ponerse a buen recaudo cuando percibe a un ente sospechoso, y sale en fuga del fresco escondite.

La mansedumbre de los reptiles endémicos de Galápagos permiten que el caminante vaya en modo contemplativo, junto a las mariposas revoloteando a su paso, de lo contrario no habría cómo entregarse a ensueño alguno con los ojos abiertos. Me provocó risa nerviosa imaginar que si no fuese así, que el lagarto se abalanzaba para inferirme ponzoñoso mordisco a la manera del dragón de Komodo, no se me hubiese ocurrido vagar por las vías donde anidan las iguanas a la intemperie y dejan huellas fáciles de detectar como es el bagazo en que se convierten sus deposiciones. Esta primera carrera puso en alerta los oídos además de la vista, el sonido de la fuga de otros individuos se repitió y los ojos ubicaban a la distancia a estas criaturas cruzando raudas y con el estrépito de sus garras todo-terreno la calle vegetal, perdiéndose luego dentro de pálido matorral no sin antes levantar polvo del suelo ladrillo.

Estaba listo para capturar instantáneas de distintos individuos de la especie que medra y anida en Isla Baltra, tras lustros de ausencia de la isla fue recuperado uno de los reptiles más vistosos y fascinantes de las Islas Encantadas, el Conolophus subcristatus, herbívoro que esparce semillas de su futura comida (principalmente del cactus) y a la vez mantiene espacios abiertos para que no prolifere la vegetación leñosa. Su innata capacidad para preservar los ecosistemas ha hecho que de Isla Seymour Norte, se exporte individuos a Isla Santiago donde se extinguió la especie debido a la depredación invasiva del cerdo feral, que ya fue erradicado del lugar.