Puerto Baquerizo Moreno
Con el océano Pacifico pintado de azul y turquesa aterricé en el aeropuerto de Isla San Cristóbal, prácticamente incorporado a la pequeña urbe de Puerto Baquerizo Moreno. La nave se deslizó por la pista oscura que rompe la festiva bienvenida del mes de marzo, que ha venido aprovechando la intermitente lluvia de la época avivando al bosque seco. La baja vegetación leñosa luce como un bosque liliputiense desembocando en charcas rodeas de verdes hierbas rastreras que cubren la orilla rocosa donde anidan las iguanas marinas. Si el viajero arriba ligero de equipaje puede ir andando a su hospedaje; la mayoría de hoteles, hostales y casas de huéspedes están a la mano tras corta caminata. Entrar de lleno al mundo galapagueño corre desde el momento que se deja la habitación de nuestro hospedaje y damos la vuelta de rigor siguiendo el amplio malecón de Puerto Baquerizo Moreno (ciudad que con alrededor de seis mil residentes permanentes hace de San Cristóbal la segunda isla más poblada de las cuatro islas con presencia humana del archipiélago), a partir de este primer reconocimiento ya se es sujeto de contemplar aves de orilla, sean endémicas, nativas o migrantes.
A cualquier hora es grato y refrescante pasear por el malecón del puerto de aproximadamente dos kilómetros de largo, que va desde la base de la Armada ecuatoriana al muelle de carga, pasando por Playa de Pulpos, el nuevo embarcadero de pasajeros y el pequeño Museo Naval que es la primera fuente de información de la historia de las islas. Más adelante, en el Centro de Interpretación, rumbo al mirador Tijeretas, es de cajón estacionarse un buen rato para ampliar nuestro conocimiento sobre la excepcionalidad del archipiélago de Galápagos.
San Cristóbal (558 km²), es una isla privilegiada para los amantes de la avifauna y ese algo más que condujo a la teoría darwiniana de la evolución. Cada isla tiene lo suyo y depara grandes sorpresas al visitante por su versatilidad, y ahí radica el súmmum de la evolución porque el aislamiento ha hecho que de una misma especie surjan subespecies, y nuevas especies, que deben su fenotipo a lo que el ambiente prístino les brinda para subsistir. El paradigma más notorio, que ha dado el nombre al archipiélago, son los galápagos que evolucionaron hasta ser endémicos de las distintas islas que habitan con diferentes tamaños, figuras, caparazones, cuellos y cabezas. Hay tortugas de cuellos cortos y cabezas enormes -dignas de una serpiente constrictora como la amazónica anaconda-, respondiendo al alimento que encuentran a flor de piso; al otro extremo tenemos figuras estilizadas de tortugas gigantes, como el último de la especie en la Isla Pinta, el legendario George que aún embalsamado es sujeto de atención por su largo cuello y pequeña cabeza que le dan un aire de eterno solitario juvenil, esto porque el gen de su cuello se disparó para que alcance la vegetación alta, así los frutos y flores del cactus Opuntia. Isla Isabela, la mayor de todas las islas con una superficie de 4 588 km² de los 8010 km² del archipiélago de Galápagos, tiene a su haber zoológico a cuatro especies de Chelonoidis.
Despertarse con el aullido de los lobos marinos es música de Beethoven para un serrano que reside en la capital del ruido y el humo de altitud encajonada. Esto último aún residiendo en los valles interandinos, que es contar con un clima bonancible de otoño / primavera constante que hace que cuando llueve y cae la humedad acompañada de niebla nos sintamos en medio de un páramo deprimente y llamemos a eso “crudo invierno” y, al revés sol y viento, sea nuestro verano seco y calcinante. Lo verídico es que los rayos ultravioleta a 2800 msnm y habitando al filo de la línea equinoccial, son de miedo para el peatón de metrópoli rumbo a megalópolis. El ciclista o peatón callejero no se beneficia del ejercicio que hace, por el contrario, sufre cotidianamente su salud, pues, además de chamuscarse funge de esponja de los vapores malignos que expele el caos vehicular.
Cualquier mes o época del año es buena para el ciudadano ávido de manifestaciones naturales a orilla del archipiélago galapagueño. Acá se dan las circunstancias, el entorno para hablando en tiempo geológico, husmear en una reciente burbuja de flora y fauna nacida del fuego de volcanes submarinos. Espacio-tiempo que se ha conservado casi intacto puesto que lo impoluto es una quimera, máxime en el apogeo de la era del desperdicio Homo sapiens; así, de repente, toneladas de basura sintética pueden arribar a la línea costanera de Galápagos provenientes de la India, por ejemplo. De hecho, la «bulla y el tufo» de lobos marinos es una molestia para algún local que puede coincidir con ser el menos indicado en quejarse al respecto porque, gracias a estos animales protegidos por la mismísima humanidad depredadora, monetiza bien su residencia en Galápagos merced a los turistas que acuden a su negocio.
La buena nueva para el visitante es que lo usual en el malecón de esta pequeña urbe es toparse con saludable población del lobo marino de Galápagos, cuando las manadas de lobos se recogen con el crepúsculo para el reposo nocturno, se concentran en Playa de los Marinos. Se puede afirmar que la «Lobería» verdadera se halla situada en Puerto Baquerizo Moreno y no en el punto turístico llamado así. A la Lobería de catálogo se llega caminando más o menos veinte y cinco minutos por la carretera asfaltada que atraviesa el bosque seco y que tiene iluminación nocturna, se toma la vía que va por detrás del aeropuerto pasando un socavón que ha minado una colina contigua explotada para obtener material pétreo de construcción, al cabo todo es magníficas vistas de caletas y campos rocosos de orilla, acá también se realizan campeonatos de surf. Lo mejor está más arriba de la Lobería, aproximadamente ascendiendo un kilómetro por la orilla rocosa, tenemos a la plataforma del Barranco o Acantilado, donde la contemplación de aves es otra historia que contar.
Volviendo al malecón de Puerto Baquerizo Moreno, allí encontraremos aves representativas de Galápagos e Isla San Cristóbal. Empezamos con la pequeña garza de lava con un tamaño de hasta 35 cm y envergadura de alas de 63 cm, de las dos formas endémicas de una misma especie la gris-plomiza y la estriada café, acá se ve con mayor regularidad a la gris, ya sea en una pileta del paseo costanero o pescando solitaria por el estero y las rocas.
Vemos aves playeras y vuelve piedras, una que otra garza morena… Conforme asoman aquí y allá sin aprensión por la presencia humana, se identifica al ojo a las diferentes especies y luego, dándose un mínimo de tiempo en el ciberespacio, se los conoce por sus nombres científicos o coloquiales.
El Huaque o Garza Nocturna, ave de hasta 60 cm de alto y una envergadura de alas de 100 cm, se activa cuando cae la noche emitiendo su peculiar lamento existencial. Son aves territoriales entre sí, defienden su espacio cual pequeños velociraptors. Aunque se dejan ver por la mañana lo hacen con un semblante agotado y de pocos amigos.
No faltan Pelícanos de cuello café, aves de hasta 152 cm de tamaño y una envergadura de 228 cm, apostados en la barrera de piedras del malecón, flotando en las aguas mansas de la bahía que con la marea alta pueden traer a la mama pez águila o raya a pasear en la orilla con sus críos.
Dentro de la normalidad de la avifauna visible de Puerto Baquerizo Moreno, hay chance para lo inesperado. Sumido en la calma y tranquilidad de un sábado de junio por la mañana escaso de paseantes, fui agasajado con el espectáculo de piqueros de patas azules, aves de un tamaño de hasta 84 cm y una envergadura de alas de 152 cm, en Playa de Los Marinos, haciendo lo suyo en las aguas mansas que trajo la bajamar, clavándose y revoloteando en la bahía ante el público de a uno que constituía el solitario espectador de sus acrobacias.