Pareja
El macizo de Los Illinizas lo conforman dos montañas consortes, en lengua aborigen Illiniza significa «cerro varón» y Tioniza «cerro hembra». Estas reliquias estratovolcánicas surgen tras el colapso de la caldera de un único volcán que luego de su proceso eruptivo se apagó hace milenios. Se sitúan en la cordillera occidental, al final del Nudo de Tiopullo, frente al volcán Cotopaxi, y por su valía ecológica se han constituido en una reserva natural junto con el parque nacional homónimo. El Illiniza Sur (5.248 msnm) es el más alto y complicado de escalar, su cumbre fue hollada por vez primera en mayo de 1980, de ello se encargaron los dos guías alpinos que trajo el expedicionario E. Whymper, los primos Carrel, entonces sus glaciales parecían eternos, hoy prácticamente se han derretido como un granizado expuesto al sol, siguiendo la suerte ineluctable de todos los nevados ecuatoriales alrededor del orbe. La Tioniza, el Illiniza Norte (5.126 msnm), tiene una cumbre más accesible de hollar, debido a su posición geográfica ha sido expuesta a una mayor erosión que su consorte andino.
Ambos picos se presentan magníficos cuando amanecen pintados por nieve volandera, y se dejan ver en todo su esplendor. En esos días de suerte, ha sido un banquete de sensaciones, un placer de mente-cuerpo merodear en sus pajonales, breñas floridas, arenales y aristas de rocas volcánicas oscuras con declives de vértigo. E. Whymper se quejó que nunca pudo admirar completo el cuadro de Los Illinizas, a pesar de estar 78 días en sus vecindades.
Aún cuando se esté en medio de tempestuosas nubes y meteorología invernal garantizada para el mediodía, hay tiempo para buscar El Refugio y tomar ahí café caliente del termo acompañado de rosquillas, o algo así, de ello quedan imágenes para una futura poesía como la cuelgo aquí sacándola del archivo de la contemplación del montañero.
REFUGIO
Arriba del fantástico positivismo que inyecta el pensamiento calculador,
arriba de los valles de la primavera otoñal de las humeantes metrópolis ,
arriba del runrún de los entes móviles para el pasar desarraigado,
arriba del hacinamiento cultural que ha olvidado al ser de la vida auténtica,
arriba de la naturaleza domesticada para la esclavitud del existente insaciable,
arriba de los parques de cemento adornados con escuálidos árboles,
es la hora del pajonal que hace la epidermis tostada de lomas lúbricas,
es la hora de arrojarse al brumoso aliento de la arista del calvario,
es la hora de la sinfonía gris del glaciar ido,
es la hora de pasmarse con el encanto de cumbres fantasmales,
es la hora del refugio de altitud tomado por gélido viento,
es la hora de ojos atléticos proyectados hacia sepulcral horizonte.
Cuán sobrio es este aireado cementerio del caos primigenio,
aquí dispersas las cenizas del fuego del principio planetario.
Las lápidas de los afanes guerreros del volcán,
vienen festonadas por pasajera nevisca aquietando frailejones,
que sueñan con la época en la que había un detente,
cuando respetaban el límite impuesto por las «nieves eternas»,
y el reposo turnándose con la contemplación eran sus flores,
mas apenas el sol ecuatorial quite el hielo de su pieles peludas,
tendrán que cumplir la sentencia por el recalentamiento del animal esférico:
¡A trepar y trepar… sois individuos de trepar y trepar!