Los Altares

 

 

Los picos prominentes de los altos Andes del Ecuador son elevaciones solitarias que guardan distancia entre sí con nudos y valles que dan sustancia a la vecindad geográfica. Esta característica de los animales geológicos andinos ecuatorianos hace que cada cual tenga individualidad acorde a sus caras, vertientes, pisos biológicos, paisajes, accesibilidad y un etcétera que en suma forja el mito y la magia de la gélida belleza volcánica. El geólogo, el descubridor de senderos, el caminante de media montaña, el intrépido andinista, se enriquecen a su manera contemplando en las transformaciones de la materia, todo lo que lo rodea en su aventura le avisa de cómo los elementos han esculpido en el tiempo.

 

La Montaña Sublime (Capac Urcu), constituye el único anfiteatro de picos estrato-volcánicos entre los gigantes andinos del Ecuador y, visitar esta joya geológica con la meteorología de parte del caminante, es aventura completa. Al abrigo de la luz que despide el sendero despejado partiendo de la hacienda Releche, con el hado de a buenas brindando el tiempo propicio para contemplar en el valle artesiforme de Collanes, asendereé  hasta dar con el rugido sobrecogedor de las cumbres de la Montaña Sublime que embelesan.

La explanada de mustios humedales, salpicada con manchas de almohadillas verdes y arroyos serpenteando para dar vida a la quebrada que desciende con su precioso líquido a la placidez de los valles de la hoya de Riobamba, se abrió al circo abrupto de roca oscura de Los Altares. Sendos picos adornados de neviza y glaciales colgantes, nubes pardas viajeras jugando con el celeste tenue de media tarde, inusual primavera otoñal en la altitud predispuesta a los rigores del superpáramo. Hasta el temible Eolo se había ido de vacaciones, ¡qué invitación a tumbarse! Eso, sestear con los ojos del espíritu oteando a los beatos colosos de la media luna. Sestear sobre fragante lecho de líquenes escrutando ápices enriscados en busca del sol de los  venados.

 

Vida lenta, tiempo a disposición para asombrarse del árbol anarquista que tiende a flor de piso su ramaje artrítico retorciéndose cual anaconda monstruosa de múltiples cabezas. Bosque de Polylepis incana de fulgurantes fuegos y pardos chamuscados en capas de finísimo papel, paraguas cargado de vegetación epifita.

 

Chorrera de agua fósil brotando de lo alto de Laguna Amarilla -la recolectora más bien de apariencia terrosa del deshielo de los glaciares-, ruges golpeando las rocas que aguantan tu caída, luego eres la música mineral que cincela la piedras que hacen pequeñas cascadas y piscinas espumosas. Conforme te conviertes en arroyo, entre rocas vestidas de amarillo musgoso, preparas los oídos para escuchar el canto de pájaros invisibles y el alarido de aves de rapiña. Sin esfuerzo ocular asoman los quindes de pecho verde y cola púrpura, los gorriones atigrados, los ruiseñores ágatas, los tordos azulinos disputando semillas…

 

La cara norte del Obispo comanda la procesión de cuadros cimeros, ¡belleza marrón de filos verticales naciendo del manso espejo de laguna de cremoso ámbar! Obispo terrible, tus agujas ataviadas de mantos monacales con vetas de rojo ferruginoso, estremecen al sujeto de la experiencia que osa contemplarte. “No se te ocurra tocarme, conténtate con extasiarte en mi estampa millonaria en tiempo terrenal”, me advirtió su Reverendísima posando entero para que el gran angular humano lo grabe en su memoria de vividor. Obispo insondable, exhibiendo tu faz espantosa pasmas al que te admira. Despejados andinistas -conscientes de que la otra cara del valor es el miedo- han escalado tu pared prohibida a los legos, pero nadie te ha conquistado ni te conquistará, perteneces al universo platónico. Mantengo la debida distancia para no enfrentar a tu infernal pared de novecientos metros, brotando del ombligo de Gaia cual vertiente Rupal ecuatoriana, eres la esencia de lo bello temible, eres el aroma del tiempo que predomina entre los fenómenos de roca y hielo que te acolitan en la caldera del derruido volcán que construyó cañones, y valles floridos, con sus portentosas erupciones y el empuje de remotos glaciares.

 

A lejanías encarriladas por el cauce volcánico presidiendo a las cuchillas ascendí liviano, planeando en la dimensión temporal del que viaja en las edades geológicas y en las edades de la poesía. El mirador que acoge por igual  al poeta y al científico, es el portal a las mutaciones geológicas de valle de Collanes. Imaginamos cuando este valle artesiforme fue copado por una lengua de glaciar contenida por murallas de más de trescientos metros de altitud, hay que abismarse con el paso de los milenios. De a poco  sobrevino  la des-glaciación de la lengua volcánica, se formó un lago hondo que al vaciarse dejó la explanada de tres kilómetros de ancho repleta de escoria volcánica, pantanosa en sus costados hasta toparse con herbosas lomas que guardan un declive impensado porque sólo hay que raspar para ver sus primitivas paredes. El geólogo, Hans Meyer, hace más de un siglo, se maravilló con esta genialidad de la naturaleza pétrea, aquí fue poeta allende sus elucubraciones científicas.

 

Regresar ligero por el extenso sendero bordeando lomas que albergan jardines a 4.000 msnm., serpentear por el filo de gargantas profundas cubiertas por pajonales de colores camaleónicos que encajonan la perspectiva hasta que la hoya de Riobamba se entrega a la vista de lejanías, es memorable. Tener como fondo natural al volcán insignia de los Altos Andes del Ecuador -aunque sea en franco proceso de extinción de sus glaciares- es el bajativo de cortesía del superpáramo antes de arribar a la hacienda Releche, de ahí para delante es derecho adquirido rumiar una experiencia con la etiqueta de no-expira.

Pasado el tiempo astronómico de la visita concreta al Altar, de repente se reinventa el viaje a su caldera y contornos. Me cuento la historia con variantes espontáneos, recobrando detalles que yacían imperceptibles, es un viaje a la Montaña Sublime partiendo de la ventana hogareña del arupo. Vienen dioramas de gélida belleza con los ojos abiertos, recreó cuadros del valle artesiforme de Collanes, despierto a las nubes volanderas tapando y destapando las intimidades de los picos que cargan nombres eclesiásticos que se mimetizan con sus hieráticas figuras terrenales. Se sucedan óleos de brocha gruesa enmarcado a los súbditos del Obispo.  Surgen identidades del conjunto impresionista, ahí está la altiva y peligrosa Monja Mayor, cada vez con la frente más ancha porque el marfil de su velo de encaje se ha ido perdiendo por la ineluctable retirada del hielo fósil  de los montes tropicales. Ora asoma el Tabernáculo, en el centro del circo estrato-volcánico, con la testa enmarcada por nubes que lo asemejan al ojo del vigilante universal.  Y cerrando el desfile de deidades de la altitud andina, en el opuesto rabillo del semicírculo, dialogando con el Obispo, se muestra el bien servido Canónigo, la segunda cumbre de Los Altares, flanqueado por tres adustos frailes de túnica gris, y asistido por morenos monaguillos que hincados se disponen a despedirse del crepúsculo que los ilumina para recibir a la noche de invierno ahíta de luceros titilantes.