Garza Nocturna

 

 

Regreso al charco salobre escondido en la orilla volcánica color miel, remoto espacio prístino de humedales herbosos detrás de la caleta de playita inclinada, la de arena gruesa y cremosa que conforme avanza la bajamar va dejando al descubierto plataforma de jugosas algas verdes, sabrosura ajena a olas turquesas aprovechadas por tortugas prietas que surfean.  Allá, pieles lustrosas tendidas al sol benigno de la mañana, parejas de complexión disímil de lobos marinos hacen el cuadro maternal de amamantamiento. Acá, no están los patillos de cola pintada y los flamencos rosados que otrora aportaron con pinceladas fulgurantes, no están las trompetas del escenario de aguas pardas abundantes en microorganismos, banquete de aves de paso que fueron el condumio del instante ido. Figuro que a este oasis habría llegado a veranear la tortuga gigante extinta de Floreana, ¿hace dos siglos?, y es cuando la charca que está deshabitada de atractivos visitantes emplumados y glotones, retorna al espejo de agua luminoso de imágenes de cielo y tierra paradisíacos, es la magia de la garza noctívaga en reposo diurno, camuflada en el silencio de verdes matas, asombrada en la vegetación leñosa, arrullada por música marina.