El consumismo Homo sapiens está llegando  a los picos más altos del Antropoceno, la era que a pasos de manicomio ya marcó calavera planetaria; nuestra especie apenas necesitó una minucia del tiempo geológico para imponer su entropía máxima.  Hedonismo europeo, o sueño americano, ambas son baratas versiones de bienestar que se posesionaron de la Tierra, y presionan como una marmita letal donde anidan las mayores masas de bípedos depredadores exigiendo incorporarse al ideal último del síndrome de la plaga: aniquilarse a sí misma aniquilando a las demás especies. Este colofón de fuego de nuestra civilización es el triunfo del instinto de entropía máxima, triunfante viene  la apuesta fundamental de su genoma: acabar con el futuro de la plaga que es para sí  y, por extensión, destruir a Gaia que ya tiene etiqueta de expiración junto al Antropoceno. Al cabo de la administración Homo sapiens del globo terráqueo, de los segundos en la historia del tiempo que le tocó fungir de gerente general del Antropoceno, habrá cumplido con su única y gran meta de hacer del edén original de Gaia una bola de fuego.

La realidad Antropoceno o era del mundo Disney, o era Mundo Feliz para rendir honor a Aldous Huxley, se va haciendo lapidaria conforme palpamos la falsa austeridad que no es la Austeridad con mayúscula que vive el filósofo en sus banquetes de recogimiento, pues, la propia existencia austera es vivir a tope con lo mínimo, ejemplo, la vida en los bosques de H. D. Thoreau. La falsa austeridad es la degradación impuesta por el desquiciado 1% de la humanidad que se atraganta con el desarrollismo y el terrorismo financiero que lo sustenta, modelo criminal que ha convertido la espiritualidad de la Austeridad en sinónimo de decadencia para el individuo de clase media y sinónimo de mendicidad para el proletario.

Putrefactos políticos reivindican a la falsa austeridad en aras del equilibrio fiscal y/o la salvación de la patria, pero no acometen lanza en ristre contra la cleptocracia inmanente a su ideal romano: consumamos, consumamos que mañana moriremos. Están diseñados para subir la temperatura de la paila  que abrasa a las masas esclavizadas y freírlas en irreversible miseria física y mental. La falsa austeridad es sinónimo de franco retroceso de la existencia digna, no es sino un pasar miserable por la vida-muerte, una negación del instante en el perímetro de la  estupidización de la especie humana, donde el tiempo-espacio para la contemplación se diluye irremisiblemente cual los glaciares de los picos ecuatoriales, los que otrora albergaban lo que los poetas de la Gran Nación Pequeña denominaban “nieves eternas”. No hay espacio para capturar el condumio del tiempo, la vista del jardín de frailejones gigantes debe ser una postal satinada que no duela.

Poetas, artistas, filósofos, pensadores y científicos que predijeron el consumismo exacerbado del mono pensante caído en la cosificación, también lo hicieron con los holocaustos que ha desatado el racionalismo irracional a trochemoche. Los genocidios del siglo XX, a buen ojo de las masas hipnotizadas por el instinto de entropía máxima de sus líderes criminales, en su momento fueron razonables por antonomasia. Los grandes criminales del siglo XXI, siguen hipnotizando a las masas en aumento y constante fermentación, ellos continúan invocando a la razón a la hora de activar un mundo feliz.

Nietzsche, momentos antes de su colapso en Turín, se topó con el caballo sudoroso y de ojos desorbitados que recibía azotes  de su amo, entonces el filósofo del martillo y la dinamita abrazando al equino le pidió perdón por la especie humana que se traga al resto de las especies del orbe. Esta escena nietzscheana indeleble inspiró la película El caballo de Turín de Belá Tarr; ahí, al son del caballo y sus amos, se va al fondo del extremo minimalismo que preside a la desintegración que es la otra cara de la creación. El caballo de Turín, no muestra la acción del mega metraje de Satantango, no se llega al paroxismo alucinante de la escena del baile con la música mesmeriana del acordeón de Mihâly Vigo, donde los desquiciados granjeros se embriagan más de lo corriente antes de la diáspora, huyendo de sí mismos dejan que alcohólico demiurgo apague la luz del caserío enclavado en la modernidad medieval siglo XXI, y sea tragado por el barro invernal de la estepa húngara. El caballo de Turín, es extremo minimalismo retratado en veinte y tantos cuadros cinematográficos que encierran los seis días que toma el viaje al blanco y negro esencial del mundo de Belá Tarr: la llanura estéril, al pozo de agua dulce exhausto, la casa de adobe y piso de tierra con dos ocupantes que van perdiendo la gana de comer la papa de cada día (literalmente una patata y sal constituían la sola comida cotidiana). El brioso caballo que aparece en la primera escena, tirando con denuedo de la carreta contra el viento huracanado y la cellisca, se echa a morir días después en magro establo, prediciendo con su actitud de cascos caídos el último rayo de claridad de sus malditos amos. El fondo de El caballo de Turín, no es apocalíptico más bien es el Homo consumericus desapareciendo.

Circulan fotografías espantosas de niños africanos agonizando junto a buitres que aguardan el momento de devorar su cáscara; tanto repiten en la tele-basura imágenes monstruosas de inanición, de saqueo, de los horrores que comete el Homo sapiens contra sí mismo que ya es parte de la cotidiana realidad Antropoceno lo que en la ciencia ficción filosófica de S. Lem tampoco es novedad, se trata del mismo bichomonstruo repugnante cadaverófilo furioso, a falta de un alíen que lo sea. La tele-basura, los medios-basura, han activado el pasivo instinto  antropófago de las masas: “Danos, Señor, el cadáver de cada día”, es la oración de la humanidad ansiosa de novedades carroñeras, estamos ante el derecho adquirido que tienen los medios-basura privados o públicos para la alienación por inercia del usuario. ¿Cómo escandalizarse por la capacidad que tiene el sujeto de la alienación para ejercer  crueldad atroz contra sus congéneres? ¿Cómo ser humanistas atormentados por el dolor del prójimo al par de rogarle al ángel de la plata que no nos desampare en el afán de adquirir posesiones? Jodidas cuestiones si se está respirando con el móvil injertado en la palma de la mano, si la existencia del sujeto positivista no es más que una prolongación de la curiosidad de supermercado.

El Homo sapiens ya es un robot biológico que existe únicamente para que lo den actualizando en su estupidización, por eso Blade Runner 2049 no es una película de ciencia ficción sino que machaca en la llaga de la realidad Antropoceno. En los incendios Blade Runner 2049 del cineasta Villeneuve, se visiona la total supremacía de los entes de la autentica inteligencia artificial y cibernética sobre la incapacidad del muerto viviente humano para recuperar al sujeto de la experiencia que integre a su mente-cuerpo la vida lenta, la contemplación salvaje.

¡No es ético que mientras un infante toma estiércol de vaca en el Sahel, a falta de agua potable, hayan seres humanos que se preocupen por la extinción de tortugas, bisontes, lobos, rinocerontes, tiburones martillo…¡, aúlla el humanista de tele-basura. Tamaña candidez aún pervive en humanos que se han  culturizado en las pomposas instalaciones de las escuelas universitarias del sujeto para el consumo desarrollista a muerte. Es el mismo humanista que ha montado purgatorios en un planeta que lo tenía todo para que su fatal administrador sea moderadamente dichoso en consecuencia con su moderada infelicidad metafísica. En los primeros sesenta años del siglo XX se exterminó al 99% de los individuos de la ballena azul, algo así como 360.000 ballenas, que a un promedio de 200 toneladas de peso dan más o menos 72.000.000 de toneladas de carne viva, y si esto dividimos para el peso promedio de un ser humano, digamos 70 kilogramos, tendríamos el peso de algo más de mil millones de humanos. Hagan sus propias cuentas, sin sentimentalismos, pertenecen a una especie inteligente para calcular. La cuestión es, acaso el exterminio de la flora y fauna prístina por parte de élites desquiciadas, sirvió para abolir la miseria de los seres humanos desposeídos de futuro: ¡No! El sacrificio de trillones de mamíferos, aves y otras especies de matadero, ha servido para mejorar la condición humana: ¡No!

En países desarrollados o en los emergentes en fuegos fatuos, todos subdesarrollados de espíritu, ahora con la China subida en el podio de la plaga vencedora, se embodegan montañas de carne de atún azul y otras especies marinas para que los gastrónomos del mundo degusten sushi   o similares delicias acuáticas durante los próximos veinte años, cuando los precios del menú de la cocina de la extinción únicamente estén al alcance del bípedo cleptócrata. El elefante, el oso, el tiburón, la morsa, la pantera, etcétera, no tienen que ver con el destino de las personas que se alimentan de tortillas de barro porque la tierra se volvió estéril debido a la  deforestación que lleva en su genoma el progreso para la entropía máxima o destrucción indiscriminada.