Venado del Antisana

Por fin tuve un encuentro cercano e intempestivo con los venados de Micacocha, dentro de la reserva biológica Antisana. Había observado antes al venado andino de cola blanca en la zona circundante del lago-represa, en las colinas del norte y el cerro Chuzalongo, pero sin poder aproximarme al individuo solitario o a pequeños grupos de menos una decena de especímenes.  No es posible hablar de manadas en sí de venados, acá no existen cientos o miles de individuos  pastando a la manera del Serengeti, y no únicamente en el Parque Antisana sino que en ninguna de las altiplanicies de los volcanes andinos del Ecuador se da la visión de manada salvaje. El cuadro de valles poblados de venados andinos no ha llegado a nuestros días, apenas la idea de lo que podría haber sido semejante escenario prístino, lo demás permanece congelado y refundido en el gran angular de épocas pasadas propicias para la vida a granel, multitudinaria, de grandes ungulados salvajes y sus depredadores naturales como el puma que servía al equilibrio evolutivo interespecies, siendo la relación de número óptima la de cien herbívoros por cada uno de los carnívoros acechando en el pajonal. La caza furtiva ha colocado al filo de la extinción al venado de páramo ecuatoriano (Odocoileus ustus).

Los venados de la Micacocha apenas advertidos de la presencia humana huían sin remedio, instintivamente escapaban de la caza furtiva que sufre la especie a pesar de hallarse en aéreas protegidas por ley para la conservación de la flora y fauna endémica y nativa de páramo andino ecuatorial. La alerta que en los venados provocaba los movimientos del bípedo senderista, armado de una cámara fotográfica, los mantenía vigilantes a distancia y por añadidura camuflados en la vegetación leñosa. Me acostumbré a imaginarlos escondidos a pesar que escogía caminar en lo agreste lejos de los puntos de encuentro de turistas y pescadores que llegan al píe del lago y represa de agua dulce. La Micacocha provee de agua potable a parte de los residentes del distrito metropolitano de Quito y de otras pequeñas urbes del cantón aledaño, Rumiñahui. Qué tonificante es divagar cruzando las límpidas vertientes del humedal que antecede a la Micacocha, se respira y saborea la generosidad del páramo, se expanden los sentidos puestos en el sitio donde se genera el agua dulce o mejor dicho la exquisitez que a diario ingiero al pie del  Ilaló, cerro luminoso pero calcinándose desprovisto del ropaje protector del bosque primario andino que lo arropaba entero, bosque elemental que hoy asoma ralo en manchas dispersas sobre su requemada piel que extinguido el poder de fuego aún es dadora de aguas termales ferruginosas.

No vino el encuentro cercano con el venado andino en recónditos parajes de las colinas, valles y humedales del Parque Antisana, no se dio cuando creí que era el tiempo propicio para que suceda, a veces expuesto a los caprichos meteorológicos de la  altiplanicie (como el sol ardiente de lluvia que en minutos se transforma en cerrazón de granizo o cellisca con abrupto descenso de la temperatura ambiental). Sí tuve al curiquingue que cayó del cielo gris sobre el conejo inmerso en almohadillas de páramo y en segundos procedió a devorar a la presa sacrificada con el oficio predador que lo enseñorea en el páramo. En todo caso, abrigaba el deseo de que el momento menos esperado vendría la oportunidad de tirar las fotos de rigor al venado de cola blanca, sin extrañar tener a mano potente teleobjetivo para acortar distancias.

De repente, donde evitaba ir a caminar por tratarse de una zona expuesta al limitado tráfico vehicular de pescadores deportivos y guarda-parques de la Micacocha, capturé imágenes enteras  y apetecibles de juvenil espécimen de venado ecuatoriano, esto es retratar sin recortar el cuadro. No soy amigo de minucias fotográficas que traerían un recuerdo deleznable del venado perdido, desenfocado, y más bien sería la prueba de que estuvo ausente el contacto visual interespecies, el que hace el condumio de una foto salvaje con pasaje a ser reinventada. Así fue con el  bisoño venado que se acercó al bípedo senderista inesperadamente y nos enfocamos, nos quedamos viendo lo suficiente para que al visitar la imagen cobre vida por sí misma, y sea el reflejo de las pinturas rupestres de las paredes de la cueva del temprano Homo sapiens, magia cinética o la prolongación de uno y el otro en la inmensidad del páramo y sus encantos geológicos.